EL MITO.[i]
Ante una historia de la humanidad plagada de mitos, frente al mundo
actual, donde los mitos se construyen día a día, hablar del mito no puede
remitirnos solamente a algo pasado o superado, sino a algo vigente y tangible.
Los primeros pasos para dominar la angustia que les produce a los seres
humanos el enfrentarse con una naturaleza hostil e incontrolada, llena de
demonios y fantasmas, es la configuración de un mundo de magos, hechicerías y
patrañas, de superstición y fe, cuyos poderes pretenden desterrar todos los
males. A ello le sigue la instalación de héroes y dioses que sirven como
protectores de la comunidad frente a un destino desconocido y amenazador. Ese
es el momento de la construcción de los mitos. De los mitos que explican el origen
de la especie, de la tribu, de su conservación, reproducción y futuro. En estos
mitos los héroes protagonizan la acción central, para transmutarse, más tarde,
en dioses.
Los mitos construidos por los poderes de la misma
comunidad son los primeros intentos para racionalizar la relación existente
entre comunidad y naturaleza. Junto con el culto del sacrificio, el mito es la
primera forma de ilustrar la naturaleza del mundo desconocido. De los relatos
míticos y su multitud de dioses surgieron las religiones monoteístas, con sus
dioses fundadores, quienes a su vez explicaron el mundo anterior. Incluso en la
época moderna, la explicación racional intenta ilustrar lo que ha provocado y
formado la superstición y la fe religiosa. La ilustración desconsiderada representa
el intento de explicarse a sí misma usando una teoría crítica para analizar e
interpretar los hechos.
Uno de los mitos fundadores de la sociedad occidental es el mito de
Edipo. Este mito relata la leyenda del rey Edipo, quien debió matar a su padre
y desposar a su madre en Tebas, en la Grecia antigua. Sabemos que aquí, hace
más de 8000 años, se criaban bovinos para sacrificarlos y darlos como ofrenda
en las fiestas, quizá en honor de la diosa con cara de vaca, antecesora de Hera
y, posteriormente, en honor de Hera misma.
Según Grafton Ellioth Smith, la vaca pertenece a las más antiguas
personificaciones de la gran madre y, en las representaciones dejadas por los
pueblos arcaicos relativas a la reproducción, se asocia con el agua y la
fertilidad. Hera fue una de las diosas más antiguas veneradas por los griegos.
Como diosa compañera de los antiguos dioses, Hera garantizaba la organización
social y la reproducción. Según la tradición, Hera envió a la Esfinge a la
ciudad de Tebas para castigar el delito cometido por el rey Layo de haber
raptado y tenido amoríos con el joven Crispio. A Layo se le atribuye el
descubrimiento de la pederastia.
La Esfinge - el monstruo devorador de hombres, con cabeza y senos de
mujer, cuerpo de león, alas y cola de serpiente - había nacido de la unión
entre la serpiente terrestre Equidna y su hijo Tifón. Tifón, el padre de la
Esfinge, era reconocido como la personificación del fuego volcánico y se creía
que provocaba las erupciones del Etna. Él también pertenecía al grupo de
monstruos de la antigua mitología que los héroes de la civilización fueron
asesinando uno a uno.
La leyenda cuenta que la Esfinge le exigió a los tebanos el sacrificio
de sus descendientes por haber transgredido, con la homosexualidad de Layo, las
leyes de la reproducción humana. La ciudad de Tebas podría ser liberada de esa
maldición sólo por quien pudiera resolver un enigma que la Esfinge había
aprendido de las musas: ¿qué animal tiene en un tiempo cuatro patas, en otro
dos, y en otro más tres patas, y es más débil cuantas más patas tiene? Quien no
resolviera este enigma sería estrangulado y devorado en el acto. Claro que, los
relatores del mito formularon el enigma posteriormente. La lucha por la vida o
la muerte no puede simplificarse en una pregunta como esa. Por otra parte, es
la pregunta al hombre y la vida que le pertenece, en otras palabras, es una
incitación a la reproducción que Layo boicoteaba con su homosexualidad.
Algunos autores contemporáneos aseguran que la figura de la Esfinge
tiene influencia fenicia. Sin embargo, la influencia fenicia se remonta hasta
la prehistoria, tiempo en que los fenicios establecieron sus primeros
asentamientos comerciales en el Mediterráneo. También de ellos los griegos
recibieron el alfabeto. O bien – como dicen otros relatos -, la Esfinge se
identificó con el monte Fición, al noroeste de Tebas, donde vivía, pues su
nombre original griego era Fix, o sea, estaba relacionado con aquella montaña.
O quizá estaba posada en una columna del ágora, como se representa en jarrones
de hace 2500 años. Prueba de la antigüedad de la Esfinge es su relación con el
símbolo del león de la Afrodita pelágica, la diosa madre de los primeros
griegos, a la cual también se remonta el mito de Edipo. Esto último no niega la
influencia fenicia sobre el mito sino que es una prueba más de la mezcla de los
mitos.
Siempre que nos encontramos con un mito, éste es el resultado de una
mezcla de varios mitos anteriores, al igual que el mismo pueblo creador del
mito es una mezcla de otros pueblos. Por eso dice Bachofen que en ninguna parte
hay un principio, en todas partes lo que existe es continuación de algo; en
ninguna parte hay una causa pura, siempre la causa es simultáneamente efecto.
Finalmente, el mito de Edipo también tiene una prehistoria, que es el relato
acerca de la fundación de Tebas por el fenicio Cadmo.
Cadmo fue un héroe fundador, o mejor dicho, un dios. Su padre Agenor –
rey de los fenicios, también llamado Fénix – lo envió a rescatar a su hermana
Europa, quien había sido raptada por Zeus. La leyenda cuenta que Zeus,
convertido en un toro manso, se mezcló con unas jóvenes que jugaban en la
playa. Entre ellas se encontraba Europa a la cual raptó y se llevó por mar
hacia Creta. Allí, Zeus engendró con ella al legendario rey Minos, cuya mujer,
Pasifae, procreó, con un toro que Minos tenía que sacrificar, otro monstruo: el
antropófago Minotauro. El Minotauro fue encerrado por Minos en el laberinto
construido por Dédalo y a él le arrojaban hombres para que los devorara.
Finalmente el Minotauro sufrió el destino de todo monstruo: fue muerto por un
héroe de la civilización, Teseo, el héroe nacional ateniense. En este trabajo
civilizatorio, Teseo fue ayudado por Ariadna, la hija de Minos, quien le reveló
cómo encontrar la salida del laberinto por medio de un hilo.
Pero regresemos a la prehistoria del mito de Edipo: a Cadmo en busca de
su hermana Europa. En vez de hallarla a ella, Cadmo encontró un lugar donde
fundar Tebas, no sin antes – como corresponde a todo trabajo civilizatorio –
matar a un monstruo, esta vez una serpiente-dragón, y sembrar sus dientes de
donde nacería una nueva especie de la cual Edipo procedería también. Cadmo, a
veces también llamado Fénix, que quiere decir rey de los fenicios, llevó el
alfabeto a Grecia. Probablemente el mito de Cadmo significa la fundación de los
primeros centros comerciales fenicios en suelo griego. Eso mismo sugiere el
pasaje de la vaca a la que persiguió Cadmo por orden del oráculo. La vaca
pertenecía a la manada de Pelagón, un nombre derivado de pelagos, que en griego significa mar, el cual debía ser cruzado por
los fenicios para llegar a Tebas. Una versión antigua del mito describe que,
simultáneamente con la fundación de Tebas, se establecen las bases de una
organización social. Según la misma versión, esto fue posterior al triunfo de
Cadmo sobre la serpiente-dragón - por su boda con Harmonía, hija de Ares, el
dios de la guerra, y de Afrodita, la diosa del amor – que le valió su
coronación.
Después de esa boda, la vaca fue llevada por Cadmo a Tebas y
sacrificada para Atenea; un ritual que todavía en tiempos históricos pertenecía
a las fiestas tebanas. Cadmo y Harmonía, o tal vez "Cosmos y Harmonía” -
los productores del orden en el caos por medio de sacrificios y guerras –
fueron, en tiempos míticos, los fundadores de la civilización con los cuales
entraron en conflicto sus descendientes, como Edipo, quien fue tataranieto de
esa primera generación tebana.
Generalmente, el mito de Edipo comienza con la falta de hijos en la
dinastía tebana, con la ausencia de descendientes por parte del rey Layo -
biznieto de Cadmo y Harmonía - y su esposa, la reina Yocasta, quien, según
algunas tradiciones, era un retoño de la simiente de la serpiente-dragón que en
un cierto sentido puede entenderse como un género de la serpiente-dragón misma.
Para enterarse de las causas de su falta de hijos, Layo consultó al
oráculo de Delfos, que le aclaró su destino: sería asesinado por su propio
hijo. Layo hizo entonces lo imposible por cambiar el designio y, según una
versión del mito, rechazó a Yocasta; pero ésta lo emborrachó y logró hacerse
embarazar por él. Después de nueve meses, Yocasta dio a luz a su hijo Edipo.
Edipo significa pie hinchado. ¿Fue el primer pedagogo? ¿O simplemente un
anuncio del pene deformado?, en cuanto los griegos pensaban que la sapiencia se
trasmitía del profesor al alumno mediante el acto homosexual. Los sabios
antiguos vislumbraron el nombre como referencia a un pie estropeado o hinchado.
De acuerdo con otra versión del mito, Layo no rechazó a Yocasta y decidió
seguir su destino, según el cual planeaba mandar matar a su hijo. Cuando Edipo
llegó al mundo, Yocasta se compadeció de él y lo depositó secretamente en una
canasta sobre el mar. La canasta fue arrojada a tierra en Corinto y Edipo fue
adoptado y criado por Pólibo y Peribea, la pareja gobernante, que no tenía
hijos. Según una tercera variante de mito – tomada por Sófocles como base de su
obra dramática -, Layo le encomendó a un pastor que matara a su hijo, pero a
éste le dio lástima y le entregó al niño a un pastor montañés, quien lo llevó
luego a su rey Pólibo, como niño expósito. Pólibo y Peribea lo adoptaron
obligando al pastor a guardar silencio. Edipo creció sin sospechar nada. Sus
amigos y compañeros de concursos lo veían desarrollarse como un futuro héroe.
Edipo se topó entonces con la envidia de un compañero corintio, quien
aparentemente sabía algo, y en una borrachera hizo alusión al poco parecido que
tenía con sus supuestos padres. Atrapado por la duda, y calmado con la evasión
de Pólibo y Peribea, Edipo decidió ir a Delfos para aclarar su procedencia y
destino. Allí conocerá el oráculo: mataría a su padre y se casaría con su
madre. Para evadir este destino, decide no regresar a Corinto. En su
vagabundear por el camino de Delfos a Daulia, en el paso estrecho de una
encrucijada, Edipo encuentra a Layo, quien se dirige a Delfos para averiguar
cómo podría liberar a Tebas de la Esfinge. Layo va en un carruaje con su
séquito. Edipo va a pie. Obviamente no se reconocen o, mejor dicho, nunca se
habían conocido. Layo le ordena a Edipo que le ceda el paso en la encrucijada.
Ambos terminan peleándose. Edipo mata a todo el séquito menos a un hombre que
puede huir. Mientras tanto, Layo es revolcado por los caballos que corren en
desbandada y lo arrastran hasta que muere. Según otras versiones del mito,
Edipo mata en esta lucha también a Layo. El hombre del séquito que había
logrado huir le informa a los tebanos que el rey Layo había sido asesinado por
unos bandidos.
Cuando Edipo llega a Tebas se entera de que es una ciudad amenazada por
la Esfinge. Como último sacrificio para impedir que la comunidad tebana se
reproduzca, la Esfinge ha estrangulado y se ha tragado a Hermón, el hijo de
Creonte, hermano de la reina Yocasta. Entonces Edipo ofrece salvar a la ciudad
y resolver el enigma. Se sostiene que dijo: “Es el hombre: cuando es bebé gatea
en cuatro patas, en su juventud está parado fuerte sobre dos pies y en la vejez
se apoya en un bastón”. Otras versiones aseguran que Edipo solamente dijo “Yo”,
y entonces la Esfinge se mató arrojándose desde la montaña. Con el “Yo” Edipo
se apartó del rebaño de la tribu y dejó de ser víctima de la Esfinge. En
realidad, el relato está narrando el proceso de individuación por medio del
cual, al convertirse Edipo en un sujeto de la historia le es posible cuestionar
y rechazar el mundo mítico-mágico del destino incontrolable. Edipo se convierte
en el héroe que logró acabar con la angustia que tenía el pueblo frente a la
naturaleza no dominada. Él es quien se enfrenta, como ser humano, a fuerzas
inexorables, pero que en realidad los hombres sí pueden dominar.
También podríamos creer en una representación muy antigua, diferente,
plasmada en una vasija griega que sencillamente indica que Edipo mató a la
Esfinge con un mazo. Como sea, Edipo venció a la Esfinge y liberó Tebas. Con
ello también conquistó a la reina. Sin saber que era su madre, Edipo se casó
con Yocasta y procreó con ella cuatro hijos: Etéocles, Polinices, Antígona e
Ismene. Simultáneamente, como héroe y víctima, Edipo no pudo cambiar su
destino. Como castigo por sus crímenes – el asesinato de su padre y el incesto
con su madre – Tebas fue asolada por una peste. El pueblo y el ganado fueron
arrastrados por la maldición, como algunos concibieron a la peste. Esterilidad
y muerte fueron los costos por la alteración del orden social impuesto por el
mundo de los dioses, el cual es una proyección de la misma vida social de los
seres humanos. Aquí empieza el drama de Sófocles Edipo rey, en cuyas cinco partes, al igual que en un proceso
criminal, son aclarados, uno por uno, los delitos del héroe, especialmente el
asesinato del padre y el incesto con la madre. El mito explica, como lo
analizaron Horkheimer y Adorno en su Dialéctica
de la ilustración, que cualquier progreso civilizatorio lleva consigo
nuevas barbaridades y se cobra nuevos sacrificios.
Impotente ante la peste, que se manifiesta en la esterilidad de los
hombres, los animales y la naturaleza junto con la alteración de las relaciones
humano-ecológicas de reproducción, Creonte, el hermano de Yocasta, le pregunta
al oráculo de Delfos cómo liberarse de la peste. Como respuesta obtiene que con
el destierro de Tebas del asesino de Layo. Edipo, todavía ignorante de que se
trata de él, promete encontrar al asesino de Layo y expulsarlo de la ciudad. Al
hablar sobre el asesino, Edipo se condena a sí mismo. Para encontrar al
homicida, Edipo manda llamar al vidente ciego Tiresias, reconocido como el
único verdadero sabio de Tebas.
Al igual que Edipo, Tiresias desciende de la simiente de la
serpiente-dragón. En su juventud, por haber sorprendido a Atenea en el baño,
ésta lo había castigado cegándolo primero y convirtiéndolo después, por
compasión, en adivino. Según otra versión del mito, al ver un apareamiento de
serpientes, en una desviación del camino en Citerón, Tiresias había matado a la
serpiente femenina. Por eso había sido convertido en mujer y había podido
experimentar el amor de los hombres. Siete años más tarde, Tiresias había visto
serpientes que se apareaban, había matado a la masculina y se había convertido
nuevamente en hombre. A raíz de estas experiencias, Hera y Zeus lo habían
sometido a un interrogatorio para averiguar cuál sexo disfrutaba más del amor.
Él había contestado que el hombre sólo obtenía una décima parte del placer
obtenido por la mujer. Por esa razón, Hera lo había castigado con la ceguera y
Zeus le había dado la videncia como dádiva.
Al principio, Tiresias, es decir, quien conoce el estado de las cosas,
no quería revelar nada, pero más tarde se presentó otro oráculo, según el cual
el culpable vivía en Tebas y era, simultáneamente, hermano y padre de sus hijos
y esposo e hijo de su mujer. Finalmente, afirmó que Edipo era el culpable. Al
parecer, Edipo encontró la firme coartada de ser el presunto hijo de los reyes
corintios y acusó a Creonte de haber sobornado a Tiresias para culparlo del
asesinato de su padre y, con ello, llegar a ser el rey de Tebas. Sin embargo, a
través de las declaraciones de Yocasta y del pastor que originalmente se había
llevado al niño, se supo que Edipo era el hijo desterrado de Layo y Yocasta,
adoptado luego por Pólibo y Peribea como niño expósito. El informe preciso
sobre las condiciones de la muerte de Layo obligó a Edipo a reconocer que él
mismo, el salvador y héroe de Tebas, había matado a su padre y desposado a su
madre. En esta situación sin salida, Yocasta se ahorcó con su cinturón y Edipo
cegó con un alfiler. Siguiendo su propio remordimiento, Edipo abandonó Tebas
por orden de su hijo Polinices. En el siguiente drama de Sófocles, Edipo en Colona,
se representa la
muerte, o mejor dicho, la desaparición de Edipo en el bosque sagrado de las
Erinnias en Colona. Edipo regresa así al lugar donde procede.
El mito es el relato de la historia, al igual que una enseñanza sobre
los fundamentos de la cohesión social: las leyes del sacrificio y su violación
generan la penalización por el destino o por los dioses. Los héroes que liberan
a la comunidad de monstruosas amenazas, se hacen, al mismo tiempo, culpables
violadores de las leyes y provocan nuevamente desastres. Esto lo explican tanto
la dialéctica de la ilustración como la historia del progreso humano.
Todo tipo de sociedad humana se funda en el sacrificio, concretamente
en la renuncia de lo pulsional. Las formas primarias de organización económica
surgen de esta renuncia, surgen del sometimiento de los deseos libidinales
incestuosos y, sobre todo, de la represión de las formas primitivas del incesto
entre madre e hijo. En cada caso, la organización social determina lo que es
incestuoso y lo que no lo es. No obstante, esta represión primaria es común a
todas sociedades y encarna, al mismo tiempo, una de las primeras relaciones de
reproducción social. La pulsión reprimida es primero encarnada en el sexo
femenino que, como sacrificio primario, representa, simultáneamente, una
relación de producción basada en la gestación y el alumbramiento.
Por otra parte, la dialéctica de la dominación de la naturaleza en
favor de la vida social contiene un requisito indispensable que es que el héroe
siempre tiene que experimentar una relación simbiótica o cuasi incestuosa con
la naturaleza. Esta relación le proporciona al héroe un poder supuestamente
invencible. Un caso es el de Siegfried, el héroe de los Nibelungos, quien mató
al dragón y se bañó en su sangre para proveerse de un escudo de
invulnerabilidad. En este mito podemos percibir que la conquista de la
naturaleza es un trabajo infinito. La hoja del árbol que cayó sobre el hombro
de Siegfried, cuando tomó su baño de sangre, dejó vulnerable una parte de su
cuerpo. El trabajo de matar dragones es una metáfora de la dialéctica de la
domesticación de la naturaleza. Por eso, en muchos mitos, un dragón cuida un
tesoro que el héroe tiene que rescatar. El tesoro simboliza la riqueza de la
naturaleza.
En un sentido más abstracto, el héroe tiene que resolver un enigma,
como Edipo el de la Esfinge. En tiempos pasados, se acostumbraba que el
pretendiente de la novia resolviera enigmas para convertirla en su esposa. Así
vemos que la boda fue reconocida como un ritual de sacrificio, por medio del
cual la naturaleza de la novia se domestica y coloca bajo el régimen de
dominación del varón. El ritual de la boda representa, al mismo tiempo, muerte
y renacimiento, como los ritos de iniciación. El pretendiente mata la
naturaleza libre de la novia y ella renace como su esposa dependiente.
Otro elemento de la simbiosis es la exposición del futuro héroe a la
naturaleza. En algunas versiones del mito, Edipo es expuesto en una canasta al
igual que Moisés. Este abandono se entiende como un sacrificio. En realidad, en
muchas tribus, la sentencia de muerte de alguno de sus miembros fue su
expulsión. Fuera de la comunidad sacrificial nadie puede sobrevivir. Y quien a
pesar de ello regresa, es aceptado como héroe y reconocido como un vencedor
capaz de dominar todas las amenazas que puedan cundir sobre el pueblo. De esta
forma, la condición para ser héroe es haber pasado por una experiencia
incestuosa o cuasi incestuosa. Por ello los faraones de Egipto estaban obligados
al incesto como condición y prueba de su capacidad para gobernar y proteger al
pueblo.
El mito de Edipo nos permite observar cómo todos los mitos son
representaciones o proyecciones de la vida social y de sus instituciones, y nos
permite acercar a otro mito, éste relacionado con el mercado, una de las más
importantes instituciones para la cohesión social.
Como lugar del intercambio social - de bienes, pasiones, deseos, ideas
o invenciones - el mercado tiene una larga historia. Proviene del campo sepulcral,
el lugar del intercambio de los vivos con los muertos. Procede del lugar donde
Edipo desapareció, porque el bosque separado de los vivos fue el lugar del
intercambio con otros mundos. Todavía en la época medieval, el campo santo
también era mercado, sobre todo en Irlanda, hasta que se institucionalizó como
lugar de mercado y mediación social.
En el mercado se desarrollan todos los conflictos sociales, así como su
solución. En términos de la psique, el mercado ocupa el lugar del sacrificio
pulsional, el cual se manifiesta en el tabú del incesto y en todas sus
consecuencias; así como también en la reconciliación, es decir, en todos los
esfuerzos por establecer relaciones humanas u objetos de satisfacción. El
mercado, como institución social, le da espacio a ambos: al sacrificio, ley de
la represión, y a las tentaciones de romper los límites de las restricciones
sociales. Por esas razones, y no únicamente por los conocidos engaños que
ocurren ahí, el mercado es el lugar donde el tiempo del orden social restrictivo
deja de funcionar. Por esta ruptura del tiempo y orden, el mercado todavía se
asocia, en algunos lugares, con las fiestas libertinas. El amor, el robo y el
comercio, no sólo son los intereses que reúnen a los seres humanos en el
mercado, sino que son los elementos esenciales de la formación de las
sociedades.
Según la interpretación psicoanalítica, únicamente con la ayuda de la
astucia se logra la satisfacción, al menos en forma parcial, de los deseos
libidinales reprimidos socialmente. La astucia es tan esencial para la sociedad
humana como las leyes que obstaculizan la realización de las necesidades: de la
tensión entre ambas surge el progreso social. Sólo a través de la astucia se
impone una forma de razón en la historia que es capaz de reflexionar sobre las
necesidades y los deseos de los hombres.
El héroe mítico representante de la astucia fue Hermes, el dios de los
ladrones y de los comerciantes, el protector de los mercados. Hermes, hijo de
Zeus y Maia, fue engendrado por la seducción y se convirtió en el protector del
mercado. La seducción es, bajo cualquier forma, un elemento constitutivo del
desarrollo de las relaciones comerciales. Se dice que Hermes le roba un rebaño
de bueyes a su hermano Apolo, mata a dos de ellos y, después de hacer fuego,
los asa. Desde entonces funge como el descubridor del sacrificio de la carne.
Se dice también que apila el resto de la carne en un montón y la quema.
A través de investigaciones antropológicas de la cultura sabemos que el
arte de hacer fuego – una de las más grandes conquistas de la historia humana –
fue adquirido por medio de la renuncia pulsional que constituye a la sociedad.
Se puede decir que fue también un negocio muy provechoso. En todo caso, los
mitos de los pueblos relatan eso y los métodos primitivos de hacer fuego,
usando la técnica de frotación de madera por medio de un barreno, nos permiten
reconocer fácilmente que su modelo era el acto sexual. Además, el modelo sexual
en esta representación simbólica fue relatado en los cuentos de los pueblos,
por ejemplo, en escenas que describen cómo del acto sexual sale fuego. De todas
maneras, la relación entre sacrificio y renuncia de la pulsión es tan vieja
como los más antiguos mitos que la relatan. Esta relación siempre estuvo
vinculada con actos de culto representados en rituales donde la comida en común
del sacrificio constituye una parte central sin la cual fallaría el sentido de
fundar cultura. El sacrificio, el asado del sacrificio, su distribución y la
comida común del sacrificio, representan la economía que comparten todos los
miembros de la comunidad con el sacrificio. Ellos son el punto de partida del
cual se desprende toda la economía social.
Como sucedió en innumerables ocasiones en la historia real, también el
patrón mitológico del mercado comienza sus actividades económicas con el robo
de capital. Rebaños, como el rebaño que Hermes le robó a su hermano, se han
contado por cabeza, per capita. A
ello se refiere la palabra capital. ¿El ladrón como banquero? Y si no fue el
patrón, fueron los ministros del culto de los templos griegos quienes
organizaban los eventos del sacrificio, los que se hicieron ricos con las
ofrendas.
El mito relata cómo el creador mítico del dinero y patrón del mercado
obtuvo su capital inicial del robo. El mito también permite pensar que los
sistemas económicos exitosos no se deben tanto a los créditos y que el sistema
de créditos es más bien un resultado. El crédito es una parte indispensable de
los sistemas económicos exitosos cuyo capital inicial se debió a una fuerza
extraeconómica.
El mito relata el proceso histórico. Es el producto de un trabajo
colectivo que gira en torno a las catástrofes sociales que seguramente
desprende su conocimiento de experiencias con catástrofes naturales. Lo que
aparece en los mitos como puntos de origen son los eslabones de una cadena de
cambios catastróficos, que siempre describen un nuevo principio de conflictos
no solucionados que se intentan conjurar. Los mitos son creaciones transitorias
que explican y proponen soluciones a los conflictos. Nunca significan un
comienzo sino una sucesión. Por eso los mitos siempre describen conflictos
parecidos pero bajo formas nuevas. Con ello indican que son la continuación de
conflictos aún no solucionados. Este es su realismo.
Veamos cómo sigue la historia de Hermes, el patrón de los mercados.
Apolo busca su rebaño, lo encuentra con su hermano Hermes en una cueva y lleva
a éste ante los jueces del Olimpo. Después de negar los hechos, Hermes le
confiesa a su padre Zeus que sí robó el rebaño, que mató dos bueyes y preparó
con su carne doce ofrendas para los dioses. Ante la pregunta de para quién
había sido la doceava parte de la ofrenda, Hermes contesta que esta parte se la
quedó él mismo. Con esta acción, el héroe civilizatorio se hace a sí mismo un
dios, o bien, leído de otra manera, él socializa el Olimpo porque funda formas
sociales de la nutrición por medio del sacrificio que él mismo ha realizado. A
pesar de todo, el poder del Olimpo no es inconmovible: Hermes tendrá que
devolver el rebaño.
El mito también muestra cómo una invención, mucho más que un trueque,
es decir, cómo la creación de algo nuevo finalmente ayuda a Hermes a satisfacer
su deseo. Esto es porque cuando Apolo lo encuentra en la cueva donde oculta el
rebaño, ve la lira que posteriormente lo hará famoso. Hermes había construido
esa lira con el caparazón de una tortuga y los intestinos de los bueyes
matados. Cuando Hermes tocó este instrumento, Apolo se quedó tan encantado con
la música que le entregó a su hermano todo el rebaño a cambio de la lira. Este
relato no solamente muestra cómo la civilización, con el desarrollo de técnicas
e invenciones, progresa de una sustitución de satisfactores a otra, sino
también cómo con la fuerza asociativa del arte, los deseos pulsionales reprimidos,
aparentemente no realizables, pueden finalmente satisfacerse por medio de la
habilidad artesanal, es decir, pueden sublimarse a través del arte. De todos
modos, para eso se realiza el intercambio. Sin él, ningún ser social puede
vivir.
Sobre el intercambio se construye toda sociedad. En el intercambio
sobreviven los deseos pulsionales determinados por la sexualidad de cada género
humano. Los objetos intercambiados sustituyen al sacrificado fin pulsional.
Hermes pudo quedarse con el rebaño robado gracias al intercambio. En cierto
modo, el robo fue así legalizado. Más tarde se dice que Hermes, mientras
cuidaba al rebaño, inventó una flauta de pastor y se la cambió a Apolo por su
bastón de oro de pastor y por la sugerencia de aprender de las nodrizas de Apolo
el arte de adivinar con guijarros. Hay que añadir que nuestro héroe de la
civilización ayudó a las diosas del destino en la colocación del alfabeto,
inventó el juego de dados, el arte de la adivinación con dados, la astronomía,
la escala musical, el arte del boxeo y del atletismo, los pesos y medidas y el
cultivo del olivo. Todos estos hechos permitieron a nuestro héroe convertirse
en un digno dios del Olimpo.
Autoconsciente, Hermes pidió ser empleado como mensajero de los dioses.
Desde entonces siempre fue representado con sandalias aladas, un sombrero con
alas y el bastón del mensajero. Este fue el bastón de pastor de Apolo que el
engañador, ladrón y artista había intercambiado por la flauta de pastor, lo
cual no solamente lo había hecho patrón protector del mercado sino también
padre de cualquier mediación. A partir de eso, el bastón de pastor no faltará
en las escenas donde aparece el papa y, por lo menos hasta el medioevo, también
protegerá al mercado en las plazas frente a las iglesias.
Hermes fue comisionado por Zeus para vigilar la celebración de los
contratos, promover el comercio y proteger y mantener el derecho de tránsito en
todos los caminos; una condición de vital importancia para el comercio, porque
el comercio fue, sobre todo en la Antigüedad, comercio de larga distancia. A la
orilla de los caminos, en honor de Hermes, fueron erigidos túmulos de piedras
en forma de pirámide. Todos los transeúntes, que en la Antigüedad posiblemente
eran comerciantes viajeros, ponían una piedra para protegerse contra asaltos y
no ser matados con una piedra. En hebreo antiguo, las palabras para designar al
comerciante y al viajero todavía eran un sinónimo. Los cúmulos de piedras
fueron monumentos en memoria del sacrificio original; el montón de carne que Hermes
había reunido. De este modo, ese acto de culto representó simbólicamente al
sacrificio y finalmente le prometió seguridad al comercio. Por Hares, Hermes
fue comisionado para acompañar a las almas de los muertos desde este mundo
hasta el más allá. Como dios protector de los ladrones y comerciantes, Hermes
conjunta en su biografía mítica todos los elementos importantes de la síntesis
social, sobre todo aquellos que el comercio y el mercado distinguen como puntos
históricos de partida de las formas de convivencia.
Sacrificio y relaciones de intercambio son tan viejos como los
testimonios de los seres humanos que han sido transmitidos o encontrados en una
sociedad. Mientras - según el mito - Hermes inventaba el sacrificio de la
carne, representaba una importante parte de la emancipación de la especie
humana - como comunidad de sacrificio - de la naturaleza inconsciente. Al mismo
tiempo que Hermes como ladrón resistía el sacrificio y le robaba a los dioses,
le hacía justicia a su propia naturaleza humana. Y si además, con la ayuda del
trueque y el arte, la satisfacción de sus deseos fue sublimada en un negocio
seguro por medio de un contrato; entonces los deseos o aspiraciones de ambos
lados fueron satisfechos, como en el cambio del rebaño por la lira. El mito de
Hermes describe así el papel del comercio en el proceso histórico del
desarrollo de las necesidades y su satisfacción. Además, el mito relata una ley
económica fundamental: que los valores de los bienes intercambiados son pesados
y medidos por las necesidades de los participantes en el intercambio y que su
precio se mueve, en general, fuera de un cálculo objetivo o racional porque es
fijado por la oferta y la demanda. Esto dice el mito y la teoría económica del
mercado. Un ideal. Sabemos que hoy en día, en la práctica, la oferta y la
demanda están prefabricadas y manipuladas por fuerzas ajenas al mercado.
Al mismo tiempo que Hermes toma los bueyes, el deseo del incesto es
sustituido por el robo y cae bajo la misma prohibición, porque cualquier robo
quiere la satisfacción de un deseo sin someterse al sacrificio. Surge del deseo
del incesto que es oprimido y reprimido. Con el intercambio de productos que en
parte el mismo Hermes ha hecho de los bueyes robados, el mito muestra qué
poderoso es el deseo pulsional, y cómo a su fuerza impulsora finalmente se debe
todo el desarrollo de la cultura. La invención de la lira, es decir, del arte,
permite otra vez, si bien en otra forma, la satisfacción de deseos pulsionales
oprimidos. Lo mismo ocurre con el intercambio de la lira por los bueyes. El
mito muestra cómo el intercambio se construye a partir del sacrificio, cómo se
desprende del sacrificio y pide sacrificios una y otra vez. Finalmente, la
renuncia al objeto del incesto le da a Hermes los bueyes como sustituto de
sacrificio.
Se puede sostener entonces que el intercambio es un producto del
sacrificio y ambos son tan antiguos como cualquier organización social. Como
dios de los ladrones y los comerciantes, Hermes representa la contradicción y
al mismo tiempo su ensayo de solución: cuando el robo todavía está estampado
por un fuerte deseo de incesto, el intercambio indica una posible salida del
dilema. Aunque el intercambio respeta el tabú del incesto, la opresión de las
pulsiones, o sea, parte del sacrificio – base de cualquier idea de
equivalentes, balance y armonía – ya ofrece una sustitución para las metas
pulsionales sacrificadas en los bienes intercambiados y reconcilia así, al
menos en parte, el oprimido deseo pulsional.
Como sustituto, el intercambio representa a ambos: al sacrificio en
forma de bienes dados o cumplimientos y a la satisfacción parcial de los deseos
de quienes intercambian por medio de bienes y cumplimientos. Además, el
intercambio es un ensayo de engaño. Cualquiera que intercambia busca alguna
ventaja, quiere extraer del acto del intercambio más satisfacción de la
invertida en el sacrificio y busca evitar el gran sacrificio. Como Hermes,
quien le dio a los dioses solamente la grasa y los huesos de los bueyes. Esto
es válido para cualquier ofrenda. Sacrificados por la suerte, una buena cosecha
o el éxito, los que sacrifican esperan que los dioses los retribuyan con gran
provecho. Un juego de azar.
[i] Horst Kurnitzky, Retorno al
destino, Colibrí, México 2001.