Antropologia Critica

El posmodernismo

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Horst Kurnitzky

El posmodernismo[i]

Un supermercado de baratijas

por Horst Kurnitzky

Se dice que el concepto de posmodernismo fue empleado por primera vez en 1934 por Federico De Onís en su Antología de la poesía española e hispanoamericana. Arnold Toynbee usó el término en su libro A Study of History, escrito en 1938 y publicado en 1947, para referirse a una nueva época, que en su opinión había comenzado después de 1875, caracterizada por el fin de la dominación del Occidente, el ocaso del individualismo, del capitalismo y del cristianismo. Después, el término fue introducido por Alexandre Kojève en la literatura. Ernst H. Gombrich y muchos otros autores lo utilizaron en un sentido similar a como se habla del gótico, el barroco, el rococó. Claro está que el prefijo pos se empleó con todo el significado de la modernidad, es decir, para distinguirse del pasado y anunciar lo nuevo. En la arquitectura, el comienzo del posmodernismo se marca con una fecha exacta: 1968, cuando en Inglaterra un edificio moderno se derrumbó a consecuencia de una explosión y en los años siguientes se inició la demolición de las zonas habitacionales construidas con el estilo de la modernidad de la postguerra.

 

De hecho, el concepto se impuso mundialmente a partir de su utilización en el arte y la arquitectura de los setentas y ochentas. Esto fue seguido de un uso inflacionario del concepto que tuvo por consecuencia el no corresponder más a algo concreto. En el fondo, el posmodernismo se encuentra en el punto final, aunque provisional, de una época de la economía mundial. Provisional, porque el triunfo actual del fundamentalismo económico y de su cultura no significa el fin de la historia de la economía capitalista mundial. De cualquier forma, el atributo de posmoderno quiere ser leído como expresión de un adiós a la modernidad. Pero ¿a qué modernidad? ¿La de la racionalidad de la sociedad del trabajo, la del realismo o la de la edad moderna? ¿Se trata realmente del fin de la historia o, con palabras de Hegel, del fin de las contradicciones?

 

Si se entiende como posmodernismo el abandono de la idea de una finalidad en la historia, el abandono de los sistemas de pensamiento totalizadores, que intentaron darle un sentido y una meta a la historia y a la sociedad con la idea de que en algún lugar, en algún momento, se impondría en la sociedad el estado paradisíaco de bienestar para todos; entonces, la primera guerra mundial puede ser considerada como el factor que desencadenó el postmodernismo. Tal y como lo describe Karl Kraus en su obra Los últimos días de la humanidad, lo que entonces sucumbió, lo que se hundió en la matanza, en la carnicería humana, fue el imperio, el sujeto, el individuo, la humanidad. Como consecuencia de ello, se formaron dos movimientos políticos y sociales, el comunismo y el fascismo, que influyeron al resto del siglo y que pretendieron haber terminado con la historia burguesa. Y a pesar de que estas formaciones sociales están aparentemente desaparecidas, sobrevive su fuerza destructora de la sociedad civil, así como de la relación entre los individuos. Habiendo surgido como reacción a la sociedad burguesa, liberaron al capitalismo de su yugo histórico y le abrieron el camino al paradójico progreso en la regresión, contribuyendo así a la infantilización de la sociedad. Y parece ser que la sociedad se encuentra ahora ahí donde siempre deseó estar: en el mundo convertido en una tienda gigante, en la que todo se pierde en el todo. Este estado actual de la sociedad muestra al posmodernismo no como un estilo artístico más, sino como la expresión de una cultura común de Oriente y Occidente.

 

Ya que es indiferente a toda forma histórica, a toda formación social y a todo recuerdo, el estilo de vida posmodernista permite escapar del mundo con su oferta de atracciones y vivencias. Convierte al individuo en el turista de un crucero, o en el consumidor de un centro comercial, que se deja estimular por la diversión que escenifica la oferta de mercancías. El vínculo emocional a los objetos, a su utilidad, viene a ser sustituido por la orgía de atracciones y vivencias en la que el sujeto se disuelve. En las tiendas y los nuevos centros comerciales que, como en Disneylandia, invitan a la excursión familiar, no solamente se ofrecen mercancías para el consumo, sino que se escenifican mundos de atracción en los cuales la venta de las mercancías pasa casi desapercibida. Este concepto es la base para la construcción de los Malls en Estados Unidos, de los nuevos centros comerciales y de diversión y, finalmente, de todos los centros históricos urbanos que se reconstruyen actualmente. En realidad, lo que encontramos aquí son amusement parks, organizados como sitios para la realización de acontecimientos espectaculares, cuyas funciones exclusivas consisten en la atracción y la diversión.

 

Tampoco el arte puede liberarse de esta tendencia hacia los acontecimientos espectaculares. Tanto los Readymades, como las subastas de arte, llevaban consigo la prefiguración del espectáculo en el que se convierten las inauguraciones de los exposiciones de arte; sin olvidar muchos de los productos artísticos que van desde los cuadros instantáneos de los neoexpresionistas, - que a veces no hacen más que mostrar su desahogo en la tela - hasta las bienales o los shows gigantescos. Todo esto muestra que también en el arte se perdió, completamente, el interés por expresar las tensiones productivas, los conflictos entre los sexos, por expresar las relaciones sacrificiales. Y si, inevitablemente, el arte tiene que entrar e imponerse en el mercado de atracciones, entonces, habría que preguntarse sobre el quehacer de los artistas; sobre las posibilidades de que a través del show y, al mismo tiempo traspasándolo, tomen conciencia de este acontecimiento. Esto tiene que ver con la forma como los artistas en sus obras ponen el dedo en la llaga, yendo siempre más allá de lo decorativo e instantáneo, trabajando permanentemente con el recuerdo y manteniendo una distancia crítica frente a su trabajo, frente a los mitos y la expresión de sus experiencias inmediatas.

 

El carácter alucinógeno del mundo de atracciones del posmodernismo se refleja, notoriamente, en la nueva arquitectura urbana: en la construcción de museos, de edificios públicos, de zonas habitacionales y comerciales. A este carácter consumista de atracciones, propio de los edificios posmodernistas, se refiere el arquitecto Robert Venturi, cuando considera el lenguaje de la propaganda comercial como el surtidor de las ideas de sus proyectos, señalando con ello la entrada de esta propaganda en la arquitectura.

 

Con la renuncia a toda utopía social - que tendría como esencia la representación de los conflictos con la historia y con el presente -, al ser restaurados con nuevos edificios eclécticos, los centros urbanos se degradan, convirtiéndose en mundos de juguete. La estereotipificación forzada hace de los elementos decorativos souvernirs que aparentemente evocan la historia, en los cuales el usuario se pierde, como un consumidor en un centro comercial. En el marco de este espectaculo, las reminiscencias históricas pierden todo su significado, como el souvenir para un turista. En lugar de poner en relación el mundo con la historia, lo exótico se transforma en baratijas y Kitsch. Lo Kitsch, es decir, lo que se amalgama, lo que se embarra, está asociado con la basura, encontrando su equivalente musical en el popurrí, el puchero, que en Francia, como pot-pourri (literalmente: olla podrida), se hace con los restos culinarios de la semana. Esta significación transpuesta a la esfera del arte quiere decir: basura hecha de historia, de estilos o cultura. A pesar de que lo Kitsch frecuentemente pretende ser arte, invierte la intención de éste; en la medida en que no articula productivamente las tensiones, tampoco intenta liberar la opresión, acomodándose fácilmente a un mundo sin tensiones. Lo Kitsch no reconcilia los deseos reprimidos, no ofrece formas de sublimación o satisfacción. En lugar de esto, representa una tendencia de la pulsión de muerte. Kitschig o cursi es el comportamiento de los consumidores que han renunciado a organizar su vida conscientemente, a tomarla en sus manos. Cuando participa en actividades del consumo, que lo hacen olvidar su condición social, el consumidor pasa a ocupar, él mismo, el rol de objeto.

 

Irritado por la pérdida de su meta pulsional, el individuo busca, con sus semejantes, el calor que irradia una fogata, se abandona sin conciencia, toma el camino hacia un supuesto paraíso, al retorno de lo reprimido. Como escribe Freud: "La extraordinaria plasticidad de los desarrollos anímicos no está limitada en su dirección; puede considerarse como una capacidad especial de fijación al pasado, de regresión, ya que ocurre con frecuencia, que cuando una etapa más elevada de desarrollo es abandonada, no se puede volver a alcanzar. Pero los estados primitivos pueden siempre volver a ser revividos; lo espiritual más primitivo es en su sentido neto eterno."[ii] Esta regresión psíquica conduce a la variedad de productos Kitsch con los que la posmodernidad inunda las ciudades, mostrando su fascinación por la posibilidad de la catástrofe, cuyo sabor ya conoce el individuo decepcionado. Permite a los consumidores imaginarse en un estado libre de conflictos después de la catástrofe, dentro del cual los fragmentos de la historia aparecen en el espectáculo posmoderno ordenados de manera casual, uno junto al otro. En este show, las relaciones sociales se transforman en un mundo al estilo Walt Disney, en donde el estilo gótico, así como el románico o el clasicista, y hasta la arquitectura fascista, se acomodan en hilera como elementos de igual importancia en el espectáculo. A través de la posmodernidad se permite a los consumidores participar alegremente en los eventos que organiza, liberándolos de la obligación de enfrentarse a su propia historia.

 

Los centros de las ciudades, con su mobiliario urbano y sus zonas peatonales, reclaman para sí la misma comodidad que irradia todas las noches el monitor de televisión. La ausencia de tensiones productivas acredita la arquitectura posmoderna como Kitsch. En ella se extraña aquel sentido humano que, desde las épocas del Renacimiento, siempre partió de la articulación de las tensiones entre los sexos y el deseo y que carece de la elegancia de la arquitectura moderna bien lograda, la que en sus cualidades eróticas reflexiona sobre las necesidades que no fueron satisfechas. Mientras que la modernidad, representada por ejemplo por Mies van der Rohe, tenía por consigna less is more, la posmodernidad puede quedarse con esta otra consigna: too much ist not enough. Este infantilismo es un indicio de la neutralización de las tensiones entre los sexos en la posmodernidad, que corresponde a la regresión a aquella fase del desarrollo psíquico individual en la que el individuo acaba de pasar por una catástrofe, es decir, cuando el complejo de Edipo se destruye y aún no se han construido nuevas relaciones entre los sexos.

 

El hecho de que los participantes en estos espectáculos o eventos de diversión y consumo se encuentren en su desarrollo psíquico en un estado de regresión o infantilismo, lo confirman las formas de diversión de masas, así como la inclinación general al juego y al entretenimiento que se encuentra normalmente en la mentalidad de niños de 10 a 12 años. Esta regresión corresponde, ontogenéticamente, a la época de latencia del desarrollo psíquico individual, es decir, a una fase en la que comúnmente las tensiones productivas entre los sexos se encuentran inactivas. A esto corresponde la tendencia hacia lo romántico, a la formación de pandillas juveniles, al interés por el culto y la religión, así como a las drogas y los estupefacientes, ya sean suministradas en las tiendas de consumo o por vía intravenosa. En lugar de la demanda psicoanalítica, que dice que ahí donde estaba el Ello debe formarse el Yo, se intenta liquidar la tensión productiva. La deserotización de los productos de la posmodernidad es un testimonio de esto. En forma más radical, encontramos esta tendencia en los productos de la industria del tiempo libre. Una semana de televisión con sus videoclips, sus programas de música y diversión, no dejan dudas al respecto. Los consumidores van como zombies de un evento al otro, sin haber tenido experiencia alguna, ya que el dar espacio a ella presupone que el sujeto elabore sus propias vivencias. El movimiento (la vivencia) es todo, el fin (la experiencia) no es nada. El carácter alucinógeno de todos estos eventos de consumo impide a los consumidores que participan en el carrusel de atracciones concientizar el intento de huir de su propia historia.

 

Este estilo de vida ha alcanzado a las ciencias que participan de él y lo estimulan. Esto queda claramente reflejado en la ausencia de formulaciones científicas referidas a la teoría de los conflictos, lo cual contradice las bases mismas de todo teoría. En su lugar aparecen descripciones de curiosidades históricas positivistas, fenomenológicas, estructuralistas, cuya arbitrariedad recuerda las ofertas del consumo en la esfera del entretenimiento. La cuchara de la cocina medieval, el agua para el pelo en la época imperial romana, el encendedor del siglo XIX, son algunos títulos de las exposiciones y libros en los cuales se reúnen materiales con exagerado detalle, y cuya significación se define solamente por su valor como curiosidad. Se trata de presentar la historia como una tienda de autoservicio. La ahistoricidad de cada cosa corresponde a la remitologización y la sacralización de la vida cotidiana. "Cava donde estás parado" es el lema; pero no preguntes por el contexto ni el nexo histórico. De esta forma, estos elaboradísimos espectáculos estructuran la organización del tiempo libre de la sociedad.

 

El nuevo hedonismo que promueve la sociedad del tiempo libre convierte las necesidades de emancipación en su contrario, ya que la afición a la diversión, de alguna forma articula la nostalgia por la pulsión de muerte. Con la atención indiferente a los detalles, en realidad se rechaza a la historia y se logra la disolución del sujeto en el nuevo estilo de vida, el de los marcos sin tiempo. "La disolución del sujeto" dice el filósofo Klaus Heinrich, "es otra expresión para el rol de víctima del Yo, del Yo fascinado por la sociedad del sacrificio, que dicho modernamente en términos políticos, se puede entender como una sociedad de culto."[iii] Aparentemente, los espectáculos de diversión armonizan al sujeto con una catástrofe amenazante, en la medida en que se alucina que ésta ha sido superada. Bajo etiquetas de moda, se restituye la fascinación por el sacrificio del nacionalsocialismo, que por un tiempo había sido tabú. La apología del sacrificio de Heidegger regresa elaborada y explicada, a través de los filósofos franceses, al país de origen. "El sacrificio habita la esencia del acontecimiento"[iv] formula Heidegger, todavía fascinado con la visión y praxis apocalíptica del nacionalsocialismo, en 1949. Aparentemente liberada del terror de la máquina de exterminio, esta filosofía del acontecimiento festeja su resurrección disfrazada de posmodernismo, planteando la disolución total del sujeto en el show del consumo, organizada por la economía de mercado y asesorada por el know how del human engineering de las ciencias sociales positivistas.

 

Los líderes posmodernos de opinión a menudo culpan a la Ilustración, directa o indirectamente, de la crisis de la civilización. En este contexto, frecuentemente se menciona el grabado de Francisco de Goya titulado "El sueño de la razón produce monstruos" y con él se presupone que, con su sueño enigmático de modernidad, la razón ha producido monstruos angustiantes, es decir, las relaciones de producción de la civilización técnica actual, de la sociedad expansiva. Pero quizás, este grabado de Goya quiera decir algo diferente. En él se puede ver a un artista dormido recargado en una mesa, mientras que atrás de él aparecen monstruos alados; a sus pies descansa un gato con los ojos abiertos. Los historiadores de arte lo interpretan comúnmente diciendo que la razón dormida produce monstruos y que, si el arte y la fantasía no quieren producirlos, tienen que despertar a la razón. Junto al montón de murciélagos y de seres alados se pueden ver, en primer plano, algunos búhos que vuelan alrededor del que duerme, lo que permite hacer una interpretación más amplia del grabado.

 

El búho es el animal heráldico de Atenea. Era conocido como el pájaro más inteligente, ya que aún en la obscuridad podía distinguir objetos, ahí donde, según la opinión popular, todos los gatos son pardos. Tal vez por eso, el gato de Goya, en el primer plano, es claro. Atenea era la protectora de la ciudad y diosa de las artes, la sabiduría y la ciencia; nacida de la cabeza de Zeus. Aunque originalmente provenía del matriarcado, donde la paternidad no existía, fué sin embargo más tarde domesticada patriarcalmente. Estilizada como descubridora del tejido de lana, Atenea encarna al sexo que yace vencido en el conflicto entre los sexos, y con ello, en realidad, representa una razón que instaura la domesticación de la naturaleza al igual que la del sexo femenino. Como estratégica guerrera, aparece como conciliadora y mediadora de los conflictos patriarcales, así como lo hace la señora de la casa en familia patriarcal.

 

Pero ya que el tema del grabado es un sueño, nos obliga también a interpretarlo.

 

Los sueños son las formas de elaboración de los conflictos entre los sexos y el deseo. Lo que la racionalidad reprime diariamente, en ellos retorna en formas extrañas. Estos son los monstruos voladores del trasfondo, que volando señalan la base sexual de lo reprimido, en este caso la naturaleza que provoca miedo, porque se cree que podría vengarse. Retomados en el sueño, los conflictos son integrados, aunque deformados, y advierten a la razón reduccionista a reconocer a los monstruos. Una advertencia que implica que la razón se extienda para dar espacio al aspecto femenino de los conflictos para que los deseos reprimidos, encarnados en el sueño, puedan ser realizados. La semejanza del arte con el sueño entra en la esfera de la razón. Con ello se deja ver el aleteo nervioso del postmodernismo como una parte del mismo cuadro que se propone interpretar.

 

Lo que lleva el nombre de posmodernismo no es, como siempre se afirma, una respuesta a la modernidad en crisis, sino un síntoma de la crisis del mercado. Las necesidades libidinales, que alguna vez lo constituyeron, aún cuando aparezcan deformadas, están hoy como ayer presentes y no han perdido nada de su dinámica. Lo que se expresa en la necesidad de suprimir las tensiones productivas es la reacción a la extrema tensión que los individuos no pueden seguir tolerando. Sospecho que, hoy en día, el miedo real a la posible catástrofe es reprimido con regresiones. Esto coincide con la alegría histérica del lenguaje posmoderno, con su charlatanería.

 

Sólo queda por mencionar un elemento esencial; me refiero al proceso en el que el miedo a la catástrofe se reprime, en la medida en que el individuo se alucina en un estado después de la catástrofe, sin haber participado realmente en ella. Es una forma de renuncia, digamos "ex-post", a la esperanza de solucionar los conflictos de la historia. Con ello se suspende la causalidad y la lógica y, finalmente, la presión indeseada de ordenar racionalmente el contexto presente de un mundo que no puede ser entendido y que sólo quiere ser vivenciado. El proceso complejo que alucina esta satisfacción del deseo en los mundos construidos artificialmente incluye la anticipación del estado después de la catástrofe en la forma de regresión. De este modo se confunde el presente y el pasado, sin que haya necesidad de mediarlos. Con la desaparición de la instancia mediadora del trabajo, se suspende la relación sujeto-objeto en la alucinación llegando a un estado que parece no requerir al sacrificio. El sujeto percibe al mundo y a la historia sólo como un simultané que lo disuelve, como en el éxtasis de la droga. Locura y éxtasis son los vehículos con los que se despide de la sociabilidad, ya que, cautivado por el acontecimiento, pierde de vista la posibilidad de tener experiencias, lo que implicaría elaborar sus propias vivencias.[v]

 

Ahora, al final de una época, lo posmoderno nos hace presente el fracaso de este proyecto. El mercado mundial no trajo consigo la riqueza universal ni logró democratizar su imperio. El conflicto irresuelto entre los sexos ha contribuido a la afirmación de la dominación que se ve amenazada permanentemente con la catástrofe. El conflicto irresuelto de Edipo es un ejemplo entre los muchos otros que están sin resolver. Desesperado por andar tantos caminos falsos, el individuo se orienta al camino de la regresión para llegar a disolverse en el mundo alucinógeno del posmodernismo. Comparable a una máquina de vicios culturales, el posmodernismo sirve como avión que promete la salida de esta situación insoportable, para finalmente desaparecer de la faz de la tierra. En este punto, el análisis debe continuar la búsqueda de una respuesta sobre qué es lo que atrae a los aficionados del posmodernismo, qué es lo que en el proceso histórico fracasó. Todo esto para que la pregunta por una vida satisfactoria pueda ser formulada con algo de sentido.



[i] Horst Kurnitzky, Vertiginosa inmovilidad, Los cambios globales de la vida social, Blanco y negro, México 1998.

[ii] Sigmund Freud, Contemporáneo sobre la guerra y la muerte (Zeitgenössisches über Krieg und Tod), en: Gesammelte Werke, Tomo X, Londres, 1946, p.337.

[iii] Klaus Heinrich, Konstruktionen der Subjektlosigkeit ("Construcciones de la ausencia del sujeto"), Seminario en la Universidad Libre de Berlín, Verano 1986, Notas.

[iv] Martin Heidegger, ¿Qué es Metafísica? (Was ist Metaphysik?), Frankfurt a.M. 1949, p.45. Martin Heidegger, ¿Qué es Metafísica? (Was ist Metaphysik?), Frankfurt a.M. 1949, p.45.

[v] Dado que la industria de diversión y el mercado de drogas aparentemente cuentan con pocos lugares de penetración directa, el aumento de la demanda de drogas resulta de la propaganda, tanto de los productos alucinógenos de la industria de diversión como de los de la industria de tiempo libre. Por eso, el mercado de drogas tiene facilidades para expanderse a este otro gran mercado de diversión - tercer lugar después del mercado oficial y del mercado de armas -; en donde el aumento diario de la demanda determina el aumento de la oferta. Cualquier propaganda para el consumo, especialmente la forma de la propaganda televisiva, inconscientemente le hace propaganda al consumo de drogas. La satisfacción que promete diariamente la propaganda televisiva, al ofrecer la huida del mundo real con todo y sus frustraciones, los consumidores la encuentran mil veces mas perfecta y satisfactoria en el consumo de drogas, aunque cuando la droga pierde sus efectos recaen en la misma realidad frustrante del mismo modo como se pierden en la propaganda para el consumo que solamente vive de prometer futuras satisfacciones.