Seminario: El sacrificio: una constante
antropológica. Dr.
Horst Kurnitzky
Un tranvía llamado deseo o ejecuciones sacrificiales en el sur de Estados Unidos.
Por: Darío González G.
3-v-04.
El
individuo vive en constante conflicto con la sociedad, quien le prohíbe satisfacer sus deseos pulsionales peligrosos socialmente;
cómo necesita ser protegido de la violencia de otros individuos o grupos, no puede sobrevivir aislado: requiere del cobijo
de la misma sociedad que lo reprime y le exige sacrificar sus pulsiones. Para Sigmund Freud (1996a, 88) estos son problemas
inherentes a la cultura “suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales,
y que sirve a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre
los hombres”. Así, la cultura se ocupa de la comunidad pero no del individuo, quien debe someterse a los designios culturales
para integrarse socialmente. Las normas culturales son arbitrarias y prácticamente imposibles de cumplir, ya que no toman
en cuenta las particularidades individuales. Esto ocasiona trastornos y contradicciones en la personalidad que pueden llevar
a estados de neurosis.
La transgresión de las normas sociales es penada de diferentes formas: desde la exclusión, hasta el encarcelamiento
o la muerte. Es por esto que el sacrificio y el castigo son elementos constantes en el proceso civilizatorio, necesarios para
la integración social. El análisis de una obra teatral nos puede ayudar a esclarecer el papel del sacrificio en el conflicto
entre el individuo y su cultura. Un tranvía llamado deseo —de Tennessee Williams— nos muestra éste conflicto
en medio de un choque cultural y de confrontaciones entre los sexos. El drama se desarrolla en Estados Unidos, cultura que
Freud (1996a, 112) ubicó en un estado de “miseria psicológica de la masa”, dónde “la ligación social se
establece principalmente por identificación recíproca entre los participantes, al par que las individualidades conductoras
no alcanzan la significación que les correspondería en la formación de masa”.
Un tranvía llamado deseo se desarrolla durante la época de prosperidad de la posguerra, en el antiguo barrio
francés de Nueva Orleáns —ciudad sureña receptora de inmigrantes. Ahí existió un choque cultural que por lo menos se
remontaba al descrito por Eliseo Reclus (78) a finales del siglo xix:
El odio más violento
separa a los partidos y las razas: el esclavócrata aborrece al abolicionista, el blanco abomina al negro, el nativo detesta
al extranjero, el rico plantador desprecia ampliamente al pequeño propietario, y la rivalidad de los intereses crea aun entre
las familias aliadas una barrera infranqueable de desconfianza.
El barrio estaba caracterizado por bares dónde los negros tocaban música de blues. Es ahí dónde se encuentra la casa
de los Kowalski, escenario de colisión cultural entre la aristocracia terrateniente, y una clase obrera de nuevos inmigrantes
europeos que sólo tenían la fuerza de sus manos para sobrevivir y menospreciaban los modos pretenciosos de la aristocracia.
Blanche DuBois de treinta años —descendiente de hugonotes, viuda y maestra de inglés— es el nombre de la
protagonista representante de la clase terrateniente. Stanley Kowalski es su cuñado y antagonista: un inmigrante polaco de
segunda generación que tiene entre veintiocho y treinta años cumplidos; ha sido militar y obrero antes de llegar a ser agente
de ventas; la dura lucha por la sobrevivencia lo forjó cómo hombre áspero, rudo y violento.
La obra empieza cuando Blanche llega en el tranvía llamado deseo, procedente de Laurel Mississippi, a visitar a su
hermana cinco años menor: Stella Kowalski. Después de años de no tener contacto el encuentro de las dos hermanas resulta emotivo,
para calmar los nervios Blanche recurre rápidamente a la botella de whisky que ya había localizado en el armario; Stella la
acompaña y continúan charlando sobre Belle Reve, la finca familiar dónde nacieron y crecieron juntas ¡Que contraste
con la pequeña vivienda que habitan Stella y su marido inmigrante! Blanche no puede creer esa miseria, y su asombro deriva
en cierto desprecio. La conversación se ensombrece cuando la dominante Blanche reprende a su hermana por haber abandonado
Belle Reve; a la amonestación siguen los tristes recuerdos de los familiares muertos y la noticia de la pérdida de
la gran propiedad… Ante las recriminaciones Stella interrumpe a Blanche, le dice que es exagerada y con lágrimas en
los ojos se retira al baño. En ese momento aparece Stanley Kowalski; es su primer encuentro con Blanche: ambos se presentan
y guardan cierta distancia.
Al día siguiente Stella y Stanley se ponen de acuerdo sobre lo que hará cada uno. El último jugará en casa una partida
de póquer con sus amigos, mientras que Stella y Blanche saldrán a cenar. Stella pide a Stanley no lastimar la sensibilidad
de su hermana, quien está afligida por la pérdida de Belle Reve y decepcionada por su bajo nivel de vida. Stanley irritado
le recuerda a Stella el “código napoleónico” imperante en el estado de Louisiana, que le otorga al marido derechos sobre los bienes de su esposa, en su caso, de una parte de Belle Reve. Stanley
no le cree a Stella la historia de la pérdida de la plantación, y aprovecha la momentánea ausencia de Blanche para buscar
los títulos de propiedad dentro de su equipaje; se encuentra con pieles, joyas y ropa llamativa que le hacen aumentar sus
sospechas sobre las riquezas de la aristócrata pero, a pesar de la larga búsqueda, no da con los papeles.
Cuando Blanche descubre que su equipaje ha sido esculcado enfrenta a Stanley, quien le responde presionándola para
que le entregue los títulos de venta de Belle Reve; ésta muestra una caja de metal dónde porta algunos documentos,
pero Stanley ve otro montón de papeles y se lo arrebata; Blanche se exalta y le exige que se lo devuelva; trata de recuperarlo
y los papeles caen al piso. Blanche —perturbada— explica que son cartas de amor de su difunto esposo, y procede
a sacar recibos hipotecarios de la caja metálica para entregárselos a Stanley. Éste justifica su interés por la propiedad
señalando que Stella esperaba un hijo.
La confrontación entre los sexos se desborda esa misma tarde, cuando Stanley y sus amigos se instalan en la pequeña
casa a jugar póquer. Las dos hermanas regresan de la cena y se acomodan en la recámara a platicar. Entretanto uno de los jugadores
—Mitch— se levanta al baño y en el camino se encuentra con las mujeres; Stella se lo presenta a Blanche y cruzan
algunas palabras. En cuanto Mitch regresa a la mesa de juego, Blanche nota en él un aire diferente al de los otros amigos
y exclama: “That one seems —superior to the others”. Stella confirma la observación: “Yes, he is”
(Williams, 38). La partida continua mientras las hermanas conversan alegremente. Stella va al baño y Blanche enciende la radio.
Stanley, que estaba borracho e iba perdiendo la partida, se molesta con la música y exigie orden y silencio. Cómo Blanche
no le hace caso, se levanta molesto y apaga la radio. Los amigos de Stanley tratan de apaciguarlo. El juego prosigue, Mitch
que iba ganando termina su mano y se levanta para regresar a su casa y cuidar a su madre enferma. De camino se encuentra con
Blanche y cruzan algunas palabras: comienzan una conversación, vuelven a poner música, Blanche le solicita que atenúe la fuerte
luz con una pantalla y comienzan a bailar. Es entonces cuando el intolerante Stanley se levanta enfurecido para aventar la
radio por la ventana destruyendo lo que encuentra a su paso. Stella enfrenta al marido y los amigos tratan de calmar al colérico
macho, pero no logran evitar que maltrate a su pareja.
Stanley no pudo soportar la libertad de las mujeres, menos su diversión con su amigo Mitch. Estaba acostumbrado a ser
líder en los grupos de juego y deporte: réplicas de los escuadrones militares en los que participó. Cómo marido y futuro padre
se erigía cómo el arquetipo que sintetiza los ideales de la cultura, establece y vigila las normas morales. El alcohol le
acentuó esos rasgos: le subió los humos y lo envalentonó para asentar sus reales y afirmar su posición machista burlada por
la unión de las mujeres.
Cada cultura es diferente, tiene sus propias normas y contratos sociales que valen para sus miembros. Freud (1996a,
137, 1996b, 7) arguyó que éstas se establecen bajo la influencia de grandes personalidades que dan forma a arquetipos o ideales
culturales. Al indagar sobre esta problemática el autor encontró un paralelismo entre el desarrollo cultural de los pueblos
y el del individuo. Ambos tienen ideales que cumplir y censores que castigan las fallas. Así, los pueblos tienen vigilantes de códigos totémicos, religiosos, morales o jurídicos que llegan a internalizarse
en el superyó del individuo. Éste último genera la “conciencia moral” que exige la realización del ideal del yo
en consonancia con el ideal de su cultura. Impositivo, el superyó no sólo castiga el incumplimiento real de los imperativos
de la “conciencia moral”, también sanciona los pensamientos o intenciones desviados de sus fines; el castigo lo
inflinge mediante el sentido de culpa que en casos extremos lleva a la neurosis.
El drama nos muestra pues, la confrontación entre dos fuertes individualidades portadoras de ideales culturales antagónicos:
Stanley representa al machismo de los adustos y agresivos inmigrantes, y Blanche la exquisitez puritana de la aristocracia
terrateniente. Había algo en esta última más allá de ese puritanismo que el trabajador inmigrante no pudo soportar: la libertad
de una mujer educada que ríe, bromea y juega. Ésta era peligrosa, pues podía contagiar a Stella —la futura madre de
su hijo— evidenciando su actitud sumisa, esencial para la reproducción de la dominación masculina (Horkheimer, 231).
La acción avanza cuando al otro día del altercado Blanche reprende a su hermana por vivir con un hombre tosco, cuyo
único atractivo podía ser su fuerza bruta para hacer el amor; la censura por dar rienda suelta a su libido:
What you are
talking about is brutal desire —just—Desire!— the name of that rattle-trap street-car that bangs through
the Quarter, up one old narrow street and down another… (Williams,
54).
Los reclamos continúan y le pide a Stella que abandone a su esposo y la acompañe en una nueva vida que podrán emprender
en compañía de Shep Huntleigh, un rico amigo tejano… Cuando esto sucede Stanley llega y permanece en el umbral de la
puerta sin ser percibido. Entonces Blanche, subiendo el tono de sus críticas, compara a Stanley y a sus amigos con los primates:
… There’s
even something —sub-human— something not quite to the stage of humanity yet! Yes, something —ape like about
him, like one of those pictures I’ve seen in—anthropological studies!... Night falls and the other apes gather!
There in the front of the cave, all grunting like him, and swilling and gnawing and hulking! His poker night!—you call
it—this party of apes!... but Stella —my sister— there has been some progress since then! Such things like
art —as poetry and music— such kinds of new light have come into the world since then!… (Williams, 55).
Cuando un tren ocasiona un fuerte ruido, Stanley aprovecha para entrar —cómo si fuera llegando en ese momento—
y oculta que había estado pendiente de la conversación.
La cultura exige que sus miembros sacrifiquen las pulsiones instintivas
que amenazan la constitución social; el desacato de este precepto es sancionado severamente. La hipótesis del parricidio fundador
da cuenta de esto, al sostener que la falta de control de la agresión del protopadre gorila fue sancionada con su muerte.[2] Así, el castigo y el sacrificio —al intimidar, castigar y eliminar los trasgresores—
permiten la consolidación de las normas y prohibiciones sociales, y se convierten en recreadores de cultura. Después de haber
presenciado la escaramuza del póquer, lo que hacía Blanche era reprochar la conducta animal de una horda de machos dominada
por el agresivo Stanley —incapaz de contener sus pulsiones. Blanche quiso mostrar a Stella la pérdida de su identidad
aristocrática, y su extravío de los refinados ideales culturales, dónde no la fuerza, sino la belleza era lo fundamental:
valía el sacrificio de los impulsos pasionales.
Stanley no se queda con los brazos cruzados, espera la oportunidad para interpelar a Blanche y empezar a indagar sobre
su pasado confrontando la información que había recabado sobre ella con Shaw, un habitante de Laurel, pueblo cercano a Belle
Reve: ese hombre pensaba haberla visto en el Flamingo, un hotel de mala muerte. Blanche niega rotundamente el hecho
aduciendo que el lugar era impropio de su refinado estilo, pero no pudo evitar cierto nerviosismo. Ante la retirada de Stanley,
Blanche —todavía inquieta— le comunica a su hermana que saldrá en la noche con Mitch.
Blanche y Mitch salieron esa tarde y a las dos de la madrugada regresan a casa de los Kowalski. Ellos no estaban, así
que pudieron platicar íntimamente. Sin consentir que se encendiera la luz directa, Blanche confiesa el miedo que le tiene
a Stanley y habla de su situación desesperada. Mitch le declara su amor y le pregunta su edad. La mujer no responde e inquiere
sobre el deseo de conocer tal dato. Mitch manifiesta su anhelo de contraer matrimonio con ella para complacer a su madre antes
de morir; Blanche percibe su miedo a la soledad y se identifica con él. Entonces le relata su matrimonio con Allan, su amor
de juventud… Habían sido muy felices hasta que un día lo sorprendió en una relación homosexual; aparentaron que nada
había sucedido y fueron a un bar. Ahí, cuando bailaban lo reprimió: “I know! I know! You disgust me…” (Williams,
75). Allan huyó corriendo y se suicidó con un tiro en la boca…
La historia impactó a Mitch, quien después de escucharla se sintió enternecido y profirió: “You need somebody.
And I need somebody, too. Could it be—you and me, Blanche?”. A lo que Blanche responde: “Sometimes—there’s
God—so quickly!”. (Williams, 75).
Más de cuatro meses después es el cumpleaños de Blanche. Mientras se daba un baño caliente para relajar los nervios
antes de la cena, Stanley estalla y le da cuenta a Stella del escabroso pasado de su hermana: había descubierto elementos
suficientes para desenmascararla y destruirla. No era más que una aristócrata venida a menos, que después de enviudar llevó
una vida errante entre el libertinaje y la prostitución. Su situación llegó al límite cuando fue despedida de su trabajo por
haber seducido a un estudiante de diecisiete años. Stella no le cree y tampoco quiere seguir escuchándolo. Sin embargo, Stanley
prosigue con sus acusaciones y termina por decirle que le había comunicado todo lo que sabía a Mitch. Stella se queda pasmada
por la crueldad de su marido, pero éste aduce que su deber y responsabilidad son evitar que Blanche —una libertina embustera—
embauque a su buen amigo. Con el rostro desencajado Stella se encuentra fuera del baño con Blanche quien sospecha que algo
anda mal pero no le puede sacar la verdad a su hermana. Así, aguardan un poco a que arribara Mitch para la cena, pero cómo
no llega comienzan a comer. Ante el desconcierto, la misma Blanche trata de amenizar la cena con un chiste, pero Stanley permanece
impávido. Entonces dijo: “Aparently Mr. Kowalski was not amused”. Y Stella, viendo cómo su esposo devoraba el
alimento con las manos agregó: “Mr. Kowalski is too busy making a pig of himself to think anything else!”. Directamente
lo increpó “Your face and your fingers are disgustingly greasy. Go and wash up and then help me clear the table”.
Esto hizo reventar a Stanley, que aventó el plato al piso y gritó:
That’s
how I’ll clear the table! Don’t ever talk that way to me! “Pig—Polack—disgusting—vulgar—greasy”—them
kind of words have been on your tongue and your sister’s too much around here! What do you think you are? A pair of
queens? (Williams, 84).
La discusión continua y sarcásticamente Stanley extiende un sobre como regalo de cumpleaños. Blanche se queda
anonadada pues no pensaba que Stanley le obsequiaría algo “Why, why—Why,
it´s a—” pronuncia cuando Stanley la interrumpe: “Ticket! Back to Laurel! On the Greyhound! Tuesday!”
(Williams, 87).
Stella recrimina
a su marido, y en medio del altercado, súbitamente le pide que la lleve al hospital: está a punto de parir.
Cuando Max Horkheimer (209) analizó el papel de la familia cómo núcleo autoritario transmisor de ideales culturales,
escribió: “Quien considere sensatamente el mundo verá que el individuo tiene que ponerse a disposición y someterse.
El que quiera hacer algo en la vida, incluso, en general, quien no quiera perecer, tiene que aprender a contentar a los demás”.
Fue eso lo que Blanche no hizo: ceder ante el macho Stanley, por ello siempre que pudo se alió con su hermana para combatirlo.
Sin embargo —cómo el mismo Horkheimer (228) señala— al final el poder lo tienen aquellos que “mantienen
en marcha la vida social”, ganan dinero, mantienen la casa y poseen la fuerza física, por ello “es el varón quien
gobierna la familia”. El jefe del hogar es el encargado de inculcar la obediencia cómo un valor para el buen funcionamiento
primero de la misma familia y en extensión de la sociedad toda. También es el vigilante que impone los castigos contra los
desacatos, y por medio de la desaprobación adjudica los errores al mismo individuo, quien no debe contemplar a los factores
sociales cómo causas de sus fracasos (Horkheimer, 218-220). Stanley no se preguntó por los motivos que impelieron a Blanche
a llevar una vida disipada. Lo más fácil fue seguir la doctrina de la Iglesia medieval que considera a la mujer cómo responsable
del pecado (Horkheimer, 229). Así, cómo líder moral y jefe de familia, Stanley trató de impedir que Blanche hiciera una nueva
vida con la ayuda de su hermana. Con ese pasado, en una sociedad puritana Blanche no tenía ya alternativas. La falta de contención
de sus deseos libidinales trasgredió los principios morales en contradicción con los ideales de su cultura aristocrática;
es por ello fue castigada con la expulsión no sólo de la escuela donde enseñaba, sino de Laurel, su mismo pueblo.
¿Pero, por qué cayó Blanche en esa situación? ¿Cuáles fueron las causas sociales que impelieron a esa mujer a la vida
errante después del suicidio de su marido? La sociedad no quiere aparecer cómo es: oculta su crueldad y sus medios de suplicio.
En este sentido Hyam Maccoby (7-10) ejemplificó la forma en que las comunidades disfrazan su vinculación con el mandato de
sacrificio humano. Por una parte lo necesitan ya que piensan que se beneficiarán de él, por el otro, se deslindan no sólo
del verdugo [sacred executioner] sino del mismo acto. De esta forma, en los mitos se utiliza el camuflaje para representar
al sacrificio en forma de accidente u homicidio unipersonal borrando así la responsabilidad de la comunidad beneficiaria del
mismo. El ajusticiador es tratado de forma ambivalente: se le castiga con la expulsión a una larga vida errante, a la vez
que es considerado un agente sagrado, cuya condición suprema lo distancia de los mortales.
La agresión de Blanche hacia su marido involuntariamente la convirtió en el sacred executioner mediante el que
la sociedad sacrificó a su esposo incapaz de contener sus pulsiones libidinales y observar los códigos morales que exigen
la heterosexualidad y monogamia (Freud, 1996b, 102). Cómo expuse más arriba, Maccoby demostró cuál es el destino trazado para
los verdugos sacrificiales; el mismo que la saga judía le atribuye a Caín y que después los cristianos le adjudicarán a los propios judíos: la vida errante
y prolongada, no la muerte rápida que terminaría de un tajo con el sufrimiento. Además, la expulsión disparó en Blanche las
contradicciones entre su conciencia moral y sus deseos libidinales, esto desembocó en una aguda neurosis que trataba de amainar
con whisky y baños calientes, no obstante la neurosis persistía y le recreaba la música que escuchaba con Allan, aumentando
así el sentimiento de culpa por su muerte. Otra evasión la encontraba fantaseando con su pasado noble en la plantación tabacalera:
imaginando que todavía era una mujer rica que poseía sirvientes. Sin embargo, con esos estados mentales la mujer se distanció aún más de la sociedad y reforzó su condición de sacred executioner.
La conducta de Blanche era inaceptable no sólo para el ideal cultural de la aristocracia exquisita, también para el
de la cultura machista de los inmigrantes guardada celosamente por Stanley. Por ello este último vio en Blanche una víctima
perfecta para un sacrificio que lo enaltecería cómo arquetipo cultural del buen y responsable norteamericano; esto lo ayudaría
a borrar su pasado y evitar que lo siguieran llamando Polack, por eso en medio de la discusión había afirmado:
I am not a Polack.
People from Poland are Poles, not Polacks. But what I am is a one hundred per cent American, born and raised in the greatest
country on earth and proud as hell of it, so don’t ever call me a Polack (Williams, 86).
La historia continúa esa misma tarde, cuando Mitch aparece en casa de los Kowalski. La visita toma por sorpresa a Blanche
quien se encontraba bebiendo para olvidar la disputa y el plantón. Nerviosa, le recrimina su ausencia a la cena y le ofrece
un trago, Mitch con semblante serio responde: “I don´t want Stan´s liquor” (Williams, 90). Blanche arguye que
ese licor no es de Stanley, pero Mitch no cambia de parecer y adopta una actitud agresiva. Comienza a recriminarla; la llama
mentirosa y le avisa que ya está enterado de su verdadera edad; enciende el foco para ver su rostro y le reprocha el estarse
ocultando siempre de la luz. Blanche no soporta esto y tapándose la cara estalla en llanto. Mitch apaga el foco pero continúa
con su actitud ofensiva advirtiéndole que ya conoce su pasado en Laurel. Blanche primero lo niega pero después explica su
conducta producto del trauma por el suicidio de Allan, y de su concepción de la vida:
I’ll tell
you what I want. Magic! yes, yes, magic! I try to give that to people. I misrepresent things to them. I don’t tell truth,
I tell what ought to be truth. And if
that is sinful, then let me be damned for it! (Williams, 92).
La conversación prosigue hasta que Blanche le pide matrimonio. Mitch, con su exacerbado puritanismo le contesta: “You’re
not clean enough to bring in the house of my mother” (Williams, 90). La paciencia de Blanche llega al límite, y colérica
echa a Mitch de la casa.
La vertiginosa suma de acontecimientos desató los sentimientos de culpa que Blanche había tratado de mitigar con baños
calientes y alcohol, sin poder amainar la agresión del superyó y el desarrollo de las actitudes masoquistas responsables de
las constantes confrontaciones con el desenfrenado Stanley.
El enfrentamiento se vuelve a presentar cuando éste regresa a casa y le dice a Blanche que Stella estaba a punto de
parir por lo que pasará toda la noche en el hospital.
“Does that mean we are to be alone in here?” temerosa pregunta Blanche. “Yep. Just me and you. Blanche”.
responde Stanley (Williams, 90). Tranquila, Blanche comenta que ha recibido un telegrama de su próspero amigo Shep Huntleigh
(el tejano) para viajar en yate al caribe. Entonces, Stanley insinua que era una fácil: se abandonaría a los placeres con
Huntleigh en el yate. Indignada, Blanche le contesta:
A cultivated
woman, a woman of intelligence and breeding, can enrich a man´s life—immeasurably!... I have all of these treasures
locked in my heart. I think of myself as a very, very rich woman! But I have been foolish—casting my pearls before swine!
(Williams, 99).
La charla derivó en discusión, hasta que Stanley descubre que no había llegado telegrama alguno, y a la sazón detonó:
I’ve been
on to you from the start! Not once did you pull any wool over this boy’s eyes! You come in here and sprinkle the place
with powder and spray perfume and cover the light-bulb with a paper latern, and lo and behold the place has turned into Egypt
and you are the Queen of the Nile! Sitting on your throne and swilling dawn my liquor! I say—Ha—Ha! Do you hear
me? Ha—ha—ha! (Williams, 100).
Destemplada, Blanche continua con el cuento y toma el teléfono para llamar a su amigo tejano. El truco no resulta,
pero sí provoca que Stanley reafirme su condición de procreador y dominio sobre el sexo opuesto. Así, se viste con su pijama
de seda y acosa a Blanche. Ésta, desesperada trata de defenderse rompiendo una botella, pero es inútil; resiste pero Stanley
la aferra del brazo hasta que desmaya y cae de rodillas: inerte la lleva a la cama…
Con esta acción —además de castigar a la mujer pecadora que había
roto las normas culturales y hurtado sus bebidas— Stanley cumplía con un requisito que Horst Kurnitzky (2001, 34) adjudica
a los héroes míticos: “experimentar una relación simbiótica o cuasi-incestuosa con la naturaleza”. Este autor
(2001, 34) señala que la acción es parte de la “dialéctica de la dominación de la naturaleza a favor de la vida social”.
Naturaleza encarnada en la libertina Blanche a quien era necesario domesticar. Al llegar a este punto Stanley había realizado
ya otra faena característica de los héroes míticos, la misma que efectuó Edipo para desterrar a la Esfinge que asolaba Tebas: la resolución de un acertijo. En este caso Stanley descubrió la verdadera identidad de
Blanche: una mujer expulsada que no tenía a quien recurrir sino a su hermana Stella. La única arma que conservaba Blanche
era la astucia, indispensable para satisfacer las pulsiones reprimidas por la sociedad (Kurnitzky, 2001, 36); era una mujer
cultivada, pero no una artista con dotes suficientes para cautivar al jefe de una familia que consideraba a la mujer cómo
a una máquina de procreación, niñera o trabajadora doméstica. Por ello no le perdonó sus infracciones ni la falta de sacrificios
a cambio del licor que se apropiaba.
La trama termina en casa de los Kowalski durante otra partida de póquer. Stella —en compañía de Eunice, su vecina—
empaca las cosas de Blanche, mientras esta se viste pensando que vendrá su amigo tejano para llevarla a vivir al mar…
Cuando están listas permanecen en la recámara para evitar el contacto con los hombres, hasta que Eunice escucha que alguien
ha llegado: entonces salen de la casa. “You are not the gentleman I was expecting” (Williams, 108) le dice Blanche
a la persona que la espera fuera, un doctor acompañado de una enfermera. Ante la sorpresa corre de regreso a la recámara;
Stanley se levanta de la mesa de juego y junto con la enfermera va tras ella. Cómo Blanche se resiste a salir el doctor tiene
que entrar por ella: con un gesto amable se quita el sombrero y la llama por su nombre. La mujer se tranquiliza y expresa:
“Whoever you are—I have always depended on the kindness of strangers” (Williams, 112). Cómo si fuera ciega
toma el brazo del doctor y se deja guiar hacia fuera. Cuando esto sucede Stella se lamenta y enciende los ánimos de los jugadores
que culpan a Stanley de ser cruel y despiadado; Mitch no se contiene y se le abalanza a golpes, pero la trifulca no pasa a
mayores. Stella continúa quejándose y Stanley la consuela: “Now, honey. Now, love. Now, now, love…” (Williams,
122).
La historia se repite. La sociedad esconde su crueldad y se deslinda de los verdugos que ejecutan los sacrificios necesarios
para su perpetuación. Por ello, la trama disimula la responsabilidad de Stanley en el castigo final: la reclusión de Blanche
en un psiquiátrico. Junto con sus amigos había permanecido jovial sentado en la mesa del juego, mientras las mujeres engañaban
a Blanche para internarla sin resistencia alguna. Sólo ante el forcejeo Stanley intervino, y ayudó a que el médico se llevara
a la sacred executioner convertida en víctima hacia su encierro final dónde permanecerá más distanciada de la sociedad,
pero no morirá: con su largo sufrimiento expiará a la comunidad de la culpa por el sacrificio que eliminó a Allan, un homosexual,
para reafirmar el puritanismo cultural.
El protagonista y el antagonista de la obra son sacred executioners: figura que encontramos en los relatos
míticos y religiosos. Maccoby la trabajó para analizar el Antiguo y el Nuevo Testamento, tal cómo ilustré más arriba al relatar
el destino de Caín. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el Edipo de Sófocles, dónde Layo —quien gustaba de practicas
homosexuales— es sacrificado por su hijo Edipo en beneficio de la comunidad tebana. Al igual que Caín o Blanche, Edipo
es expulsado y resulta condenado a una larga y errante vida de sufrimientos. Edipo ciego y Blanche cómo ciega terminan dejándose
arrastrar hacia su destino final sin oponer resistencia, cómo si hubieran escuchado a Antígona: “¡El bien más rico es
regresar de prisa por la misma senda por donde uno vino!” (Sófocles, 175).
Cómo señalé más arriba, Stanley al igual que Edipo realizó hazañas heroicas: la solución de acertijos y la violación
cuasi-incestuosa. Se convirtió en sacred executioner al realizar el sacrificio de Blanche, para beneficiar a las culturas
machista y puritana, eliminando una encarnación de la naturaleza salvaje que no cedió —en contraposición a Stella—
a la complicidad del orden establecido por los varones.
¿Hasta qué punto es Stanley un prototipo del héroe civilizatorio norteamericano, del pionero que arrasó de este a oeste
con nativos y mexicanos? Lo que sí sabemos es que tenía muchos deseos de serlo, así lo demuestran sus acciones heroicas, la
negación de su origen y la exaltación de su orgullo patrio. Todo proceso civilizatorio implica “nuevas barbaridades
y se cobra nuevos sacrificios” (Kurnitzky, 2001, 32), mismos que no escatimó Stanley para reafirmarse cómo arquetipo
del buen norteamericano.
“Un
rifle, un hacha y una bolsa de maíz. Éstas fueron las armas en una feroz batalla, en una brega que exigía coraje, en una lucha
durante la cual solo sobrevivieron los fuertes”, estas fueron las palabras con que Leo Huberman (119) describió al adusto pionero norteamericano;
le bastaban esas pocas cosas para aventurarse al oeste y sacrificar nativos en búsqueda de tierras. Para ilustrar esto el
autor citó al general inglés Gage: “Es la pasión de todo hombre ser terrateniente y las gentes tienen la disposición de vagabundear en
busca de tierras buenas, por mayor que sea la distancia” (Huberman, 119). Los prototipos del pionero se multiplicaron
con los años con hombres cómo Stanley, gente ávida de tierras, de negocios y dinero que establecieron identificaciones recíprocas
entre ellos al margen de liderazgos individuales. Por ello Freud (1996a,
112) —cómo indiqué más arriba— consideró que el pueblo
estadounidense padecía una “miseria psicológica de la masa”. El caso de Stanley es un ejemplo de esto, al final
de la obra su pretendido liderazgo se vino abajo y los miembros de la horda terminaron perdiéndole el respeto y golpeándolo.
Parece ser que el pionero norteamericano y sus sucesores, cómo sacred executioners, están condenados a no consolidar
una posición estable. Esta condición cultural también fue percibida por Reclus (79), a finales del siglo xix:
nada impide al ministro
del Santo Evangelio ser al mismo tiempo banquero, plantador o mercader de esclavos. El norteamericano no tiene nunca una carrera
determinada; está sin cesar al asecho de los acontecimientos, esperando que la fortuna le salte en ancas y hacerse llevar
al país de El Dorado. Hombres y cosas, todo cambia, todo se desplaza en los Estados Unidos con una rapidez inconcebible para
nosotros, que estamos acostumbrados a seguir siempre una larga rutina. En Europa, cada piedra tiene su historia…
Nuevamente Stanley es el prototipo del norteamericano que constantemente cambia de oficio en búsqueda de ascenso y
prosperidad. Fue rastreando a El Dorado —simbolizado por Belle Reve— que invocó al “código
napoleónico” y acosó a Blanche, quien no pudo superar su neurosis y buscar salidas a la trampa en que se convirtió la
casa de los Kowalski, último reducto del acoso social. El choque cultural entre el protagonista y antagonista ejemplifican
las causas de la “miseria psicológica de la masa” norteamericana descrita por Freud. Esa división de grupos al
interior del país en búsqueda de tierras, dinero y negocios impide lograr la cohesión social necesaria para superar ese estadio
cultural.
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Las obras de Tennessee Williams se ocupan mayormente de personajes erráticos, perdidos y marginados que han sido sitiados
por las circunstancias de la vida. Foster Hirch (8-24) hace esta acotación e
indica que Williams fue uno de ellos: sufrió el desprecio social por sus preferencias libidinales hacia su mismo sexo. Con
esta obra, el autor expresa deseos de castigo para quienes ocasionan maltratos a los que practican su misma libertad sexual.
Es el caso de Blanche, que al despreciar las costumbres sexuales de su esposo lo impelió al suicidio. La inconciencia de su
acto no la eximió de su culpa y responsabilidad, que pagó con su vida errante, mientras la sociedad puritana se beneficiaba
del mismo.
Hirch señala que las obras de Williams tienen un tinte moralista en las que los trasgresores salen castigados. De cualquier
forma, Williams muestra la cruda realidad y la intolerancia de una sociedad dónde no es raro que eso suceda. El drama fue
llevado a la pantalla por el macartista Elia Kazan; el guión —también elaborado por Williams— presenta ligeros
cambios, entre ellos el del final, dónde el nuevo sacred executioner (Stanley) resulta castigado al ser abandonado
por su esposa Stella después de su brutal conducta contra Blanche. En su época el film fue considerado inmoral y sufrió la
censura de grupos cómo la Catholic Legion of Decency (Dirks, 1). Entre las escenas mutiladas están aquellas dónde se
revela la razón del suicidio de Allan, y la violación que sufre Blanche por parte de Stanley.
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