Antropologia Critica
¿Parricidio o matricidio?
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Horst Kurnitzky

¿Parricidio o matricidio?

Una reinterpretación sobre el asesinato fundador

Arturo Ortega Vela

Seminario: El Sacrificio una constante antropológica, México 2003

 

 

El culto del sacrificio es el mecanismo que permitió el dominio de la naturaleza por parte de los hombres, y que generó eso que llamamos cultura. El sacrificio es una racionalización y una subordinación de lo natural, como bien nos dice Kurnitzky[1] el sacrificio intenta domesticar a la naturaleza no socializada.

 

El sacrificio fundador de todo orden social marcó el camino a seguir por el proceso de civilización. Sabemos por Freud que la psique humana esta determinada por un proceso doble, el de la represión del deseo, o pulsión y la fijación del instinto libidinal hacia la madre marcado por un proceso de retorno constante del deseo reprimido y la sublimación.  La prohibición del incesto es la primera acción humana; el establecimiento de las relaciones sociales  familiares y comunales en base a ese principio ordenador que permite la reproducción de la sociedad. El imperativo del incesto necesariamente tiene en el individuo repercusiones hasta hace poco insospechadas. Esto es, al reprimir la pulsión sexual en el individuo (hacia la madre) por parte del padre, se genera un momento traumático por así decirlo que imposibilita la satisfacción inmediata de ese deseo, pero no queda ahí, este deseo se dirige a madres sustitutas (imperativo de la exogamía), ahora la competencia entre los varones por las mujeres los lleva a la domesticación/sacrifio del objeto pulsional o sea  la madre, es en la madre y en la dominación del deseo libidinal (sublimación) de donde surgen los mecanismos sociales de la cultura, esto es decir el triunfo sobre la naturaleza. De este proceso es la madre, como naturaleza domesticada, el pimer producto cultural se transforma de objeto pulsional en máquina de parir que, como garantes de la reproducción social, son, simultáneamente, víctimas generales.[2]

 

La hipótesis de Kurnitzky brinda una nueva luz a la discusión de los orígenes de la cultura humana basada en el culto de sacrificio, tan presente en la sociedades llamadas arcaicas.

La primera víctima de la cultura y del culto del sacrificio tendrá que ser bajo esta particular óptica lo femenino concreción de la naturaleza no socializada. La secuencia de este proceso se llevaría más o menos de la siguiente manera.

 

De la pulsión libidinal se genera un movimiento hacia la madre (objeto de deseo) deseo que es reprimido por la imagen paterna, y se puede desviar en forma de sustitución por nuevos caminos (sublimación) o se genera una fijación (neurosis) que en el segundo caso puede degenerar en la desintegración misma de los vínculos sociales primarios (familia/comunidad) y amenaza con destruir el orden social y cultural de grupos humanos particulares.

 

Los mitos y relatos populares nos pueden dar pistas de cómo se funciona este proceso, habremos de advertir el carácter fantástico de muchos de estos relatos, pero sin embargo no podemos decir que carecen de verdad, apelan a un lenguaje figurado que con mecanismos de análisis adecuados podemos acceder a su mensaje codificado. Estos relatos siempre o casi siempre tienen que ver con seres fantásticos por un lado héroes que luchan con monstruos y de su lucha y muerte de seres sobrenaturales obtenemos bienes culturales, este es a lo que podemos llamar proceso de civilización, mediante el dominio (represión) de los deseos pulsionales y dirigidos al procesos sociales, como la economía.

 

Una relectura del famoso complejo de Edipo nos puede ayudar a entender como se dio este proceso en las sociedades humanas, de renuncia del deseo y su posterior sublimación con objetos de recambio. Proponemos como ejemplo de este enfoque la lectura de un cuento de Jorge Luis Borges: La Intrusa[3] presenta un triángulo erótico de rivalidad entre dos hermanos y una mujer, los dos hermanos viven y trabajan juntos sin ningún conflicto aparente y es con la llegada de la mujer (encarnación de la pulsión libidinal) que se desenlazan una serie de conflictos y rivalidad, al fin de la historia los dos hermanos eliminan a la fuente del conflicto sacrificio de la mujer.

 

 

 Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Moran. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo mas prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.
         En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.
         Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos enemigos.
         Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucia en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
         Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé que negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.
         Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venia con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo:
         Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenes a la Juliana; si la queres, úsala.
         El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.
         Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, mas allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.
         Una tarde, en la plaza de Lomas , Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristian.
         La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
         Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un dialogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenia, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serian las cinco de la mañana cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la dividió después con el otro.
         En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenia que hacer en la Capital. Cristian se fue a Moron; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo:
         De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.
         Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo para no verlos.
         Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande ¡quién sabe que rigores y qué peligros habían compartido! y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la discordia.
         El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los bueyes. Cristian le dijo:
         Veni; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargue, aprovechemos la fresca.
         El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.
         Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:
         A trabajar, hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará mas perjuicios.
         Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vinculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.

    

 

En primera instancia nos encontramos con una triángulo de relaciones, estos son: Cristian, Juliana y Eduardo[4], las representaciones aquí son las de un triángulo: padre/modelo, madre/objeto e hijo/sujeto, el padre representado por el hermano mayor Cristian, la madre por Juliana y el hijo por Eduardo, como podemos leer al inició de la historia los dos hermanos viven una vida simbiótica y muy apegada, esto nos hace pensar en las relaciones padre hijo, el relato nos deja ver esta relación con la aseveración que enfrentarse con uno de ellos era ganarse dos enemigos.

Las cosa van bien más o menos entre ellos hasta la llegada de Juliana (madre) y esto lo vemos un par de actitudes de Eduardo que nos ayudaran a entender su actitud posterior, primero el hermano menor en verdadero gesto de hijo acompaña a la pareja a todas partes, pero un día determinado sale de viaje, es decir deja la casa, y posteriormente al regresar de su viaje trae consigo a una mujer, (sustituto de la Juliana) pero resulta paradójico el hecho de que la hecha de la casa  a los pocos días.

 

Vemos que Eduardo no logra sublimar su deseo reprimido pues la sustituta de la madre falla en la satisfacción de su deseo, por otra parte se hace evidente su amor por Juliana, un día Cristian le abre la puerta al paraíso y le entrega literalmente a su mujer.

 

El relato nos narra que este arreglo aunque anduvo bien por un tiempo no revela las disputas de los dos hermanos por la mujer, en un momento aún el nombre de Juliana se vuelve tabú, tal vez esto nos indique un cierto temor hacia el poder que tiene la mujer sobre ellos, un temor que los ha llevado a la realización de deshacerse de ella, no mencionan su nombre y se vuelven más irritables y hoscos, como solución la venden o la intercambian literalmente por dinero, esto no sugiere el intercambio o desviación de su deseo, sobre el cual no tienen control, por dinero y que además les causa rivalidades.

 

La mimesis del deseo juegan un papel importante en el movimiento del sujeto de deseo hacia la madre/objeto, en si, casi nada que Eduardo desea no ha sido poseído ya anteriormente por su hermano mayor/modelo. La rivalidad se suscita por la posesión del objeto, en un primer momento el modelo es adorado, pero en un segundo momento es rival odiado y temido, el modelo a su vez refuerza su deseo a través de el de su hermano, es decir se recicla, y ambos se encuentran imbuidos por el deseo reciproco que es ahora uno sólo la posesión de Juliana. La rivalidad en el modelo mimético siempre es el resultado de la mediación y reforzamiento por el deseo de posesión, tanto más es difícil acceder/obtener el objeto tanto más es codiciado. También queremos proponer el análisis por la fascinación hacia el modelo; según el análisis mimético cuando se pierde de vista el objeto de deseo en este caso la mujer y se fija la fascinación en el mediador del deseo modelo/hermano mayor, se puede entender la fuente de la homosexualidad.

            ... en realidad estamos hablando ya de la homosexualidad, ya que el modelo rival, en el terreno sexual, es normalmente un individuo del mismo sexo por el hecho de que el objeto es heterosexual, Así pues, toda rivalidad sexual es estructuralmente homosexual. Lo que nosotros llamamos homosexualidad es la subordinación completa, en esta ocasión, del apetito sexual a efectos de un juego mimético que concentra todas las fuerzas de atención y de absorción del sujeto en el individuo responsable del double bind, el modelo en cuanto rival, el rival en cuanto modelo.[5]

 

Como vemos los hermanos han trasgredido el tabú del incesto madre/hijo y la mujer del hermano ya que sobre ambas relaciones sobre cae la prohibición del incesto. La venta es una esfuerzo inútil de renunciar a su deseo incestuoso, o por lo menos de destabuizarlo, la prostitución representa la idea de sexualidad libre o liberada de prohibiciones. Sin embargo esta solución no funciona, ambos se ausentan de la casa con pretextos de negocios pero tras un tiempo en una de sus ausencias se encuentran haciendo fila en el prostíbulo en donde se encuentra Juliana, sin más reconocen su deseo  la vuelven a comprar y la  llevan devuelta a casa. Sin embargo tienen una pesada carga sobre los hombros, no podemos negar también la ambivalencia de Eduardo ante el hecho de la compra de Juliana el se monta en su caballo y se aleja para no verlos; por otra parte nos dice el cuento que entre ellos había, mucho cariño o un cariño muy grande no se explica en el cuento y solo conjetura que:  quién sabe que rigores y que peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos ya que no pudieron solucionar la situación de compartir a la misma mujer, de ahí que la furia y enojo que sintieron entre si los llevo a desahogarse con extraños o víctimas sustitutas y por último con la Juliana misma que según ellos le había traído la discordia. 

 

El desenlace de la historia nos lleva al asesinato de la mujer, a la que se le ha cristalizado como fuente de sus deseos y de sus conflictos, la mujer se vuelve el chivo que expía la culpa de ambos y los une en reconciliación pero con severos remordimiento esto nos lo recuerdan las últimas líneas: Hoy la mate. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará mas perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vinculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.

 

 

La Tesis de Totem y Tabú de Freud[6] pone al inicio de la cultura el asesinato del padre, pero dadas las representaciones y nuevas interpretaciones de los mitos, ritos y otras instituciones sociales lo que se sacrifica es a la madre, femeinidad. Podemos decir que hay una inversión un tanto paradójica del complejo de Edipo en donde el amor/odio hacia el padre ambivalencia se polariza hacia la madre/objeto de deseo como fuente del conflicto y razón de la prohibición del incesto, del sacrificio del impulso libidinal dirigido hacia ella por los dos polos del triángulo Padre-Hijo. Lo femenino representa el terror de deseos ambivalentes en los hombres, se le acusa de generar esos deseos que los harán pelear e incluso eliminarse el uno al otro como rivales como nos menciona Kurnitzky en su libro sobre Edipo ... de que el miedo a la venganza de las mujeres realmente reprimidas permite estilizar, autorizar e inducir tal opresión. Ellas son los seres a quienes hay que temer, es decir el producto mismo será transformado en productor, si así podemos llamar a lo castrado. [7] 

El terror a la castración, es ese miedo a la venganza de la mujeres (víctimas de los hombres)

el sacrificio de los deseos pulsionales representa este esfuerzo por dominar a la naturaleza inmediata y externa del hombre; el asesinato fundador quiere decir eso, la emanación de reglas de la sociedad de un asesinato que en este caso analizado lo representa los femenino sacrificado.

 

 

La matriz sacrificial de la cultura

 

Queda bastante claro y con suficientes argumentos, que la cultura o mejor dicho el conjunto de instituciones humanas que entendemos como cultura tienen como antecedente al sacrificio o alguna forma de sustitución simbólica de este. La violencia sacralizada y conducida a través del sacrificio ritual puede verse a veces insinuada u escondida en diversos ámbitos del que hacer humano.

En La estructura libidinal del dinero[8] se puede apreciar este fenómeno de sustitución y de la necesidad del intercambio como mediador de las relaciones humanas, resulta interesante este carácter de sustitución del cual el sacrificio hecha mano para cumplir con una misma función, solución que les fue ofrecida a los humanos como resultado de un sacrificio fundador. Este sacrificio fundador como nos lo recuerdan algunos autores como René Girard[9] tuvo como inicio una serie de hostilidades y rivalidades miméticas que desembocaron en actos colectivos de violencia indiferenciada  esta violencia que amenaza la subsistencia y permanencia de cualquier grupo humano encuentra por así decirlo un camino que le ayuda a canalizarla por un buen sentido este es el del sacrificio. El sacrificio ritual siempre invoca la solución del asesinato primigenio de la cultura, la victima representada en el sacrificio, real o simbólica, cumple el papel de sustituto de la victima primera, la comunidad se encuentra representada en el mismo, el sacrificio representa a la sociedad polarizada y dividida pero al final siempre y cuando el sacrificio se resuelva de manera propicia, generará los resultados buscados por la comunidad, el reestablecimiento de un orden social, el intercambio, las estructuras fundamentales de funcionamiento de la cultura humana.

En los casos presentados en las lecturas de dichos autores podemos ver una génesis de las instituciones culturales, las cuales comienzan en ámbitos totalmente ritualizados y sacralizados, la eventual evolución o cambio de estas en instituciones secularizadas siguen simplemente un camino por así decirlo que se deriva de su continua sustitución simbólica y a la cual se le encuentra o se la da una utilidad practica para las nuevas necesidades de los grupos humanos, tales como el dinero y función de equivalente universal para el intercambio de bienes, materiales o de otra índole al interior de las sociedades.

La tesis sacrificial resulta pertinente y hasta necesaria en nuestro estudio de la cultura, la presencia recurrente del sacrificio en diversos espacios del quehacer cotidiano de los humanos. Dicha perspectiva del sacrificio nos invita a reflexionar para reinterpretar  críticamente  los análisis en algunos casos fallidos hasta ahora en el estudio de los fenómenos religiosos. Pues queda abierta la puerta en este curso para descubrir las posibilidades de estudio de la cultura bajo una mirada un tanto singular del sacrificio y su papel en la fundación y desarrollo ulterior de la cultura.

 

 



[1] Kurnitzky, Horst, La estructura libidinal del dinero, México, siglo XXI, 1978

[2] Kurnitzky, Horst, Edipo, Un héroe del mundo occidental, México, Siglo XXI, 1992 pp.113

[3] Borges, Jorge Luis, El informe de Brodie, 1970. Utilice una versión bajada de Internet: http://www.literatura.us/borges/laintrusa.html

[4] Cabe mencionar en este momento ciertos rasgos de los hermanos que nos indican su carácter de sacrificadores profesionales,  entre sus pertenencias se encontraban dagas de hoja corta, y como sabemos les apodaban los Colorados por su cabello pelirrojo y su carácter de asesinos, cuatreros o mejor dicho ladrones y apostadores. Se dedicaban a la cría de ganado y a su descuartización.

[5] Girard, René, El misterio de nuestro mundo, claves para una interpretación antropológica, Slamanca, Sígueme, 1982.

Las cursivas son de R.G.

[6] Freud, Sigmund, Tótem and Tabu, New York, Random House, Inc. 1946

[7] Kurnitzky, Horst, Edipo, Un héroe del mundo occidental, México, Siglo XXI, 1992 pp.128.

[8] op.cit 1978

[9] Girard, René, La violencia y lo sagrado, Barcelona, Anagrama, 1998